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sábado, 31 de mayo de 2008




Imágenes filosóficas



Elija la opción que crea verdadera, sirvase una bebida espirituosa y razone su elección:

a) Lugares chic donde podrás dialogar abiertamente con tus compañeros

b) El superhombre está cerca

c) Homo homini lupus est

d) Yo solo sé que no sé nada

e) Se buscan camarer@s (imprescindible: licenciad@ en filosofía)

domingo, 25 de mayo de 2008




"Marina", de Carlos Ruiz Zafón

Amor, misterio y locura en un escenario gótico, los barrios viejos de Barcelona. Una fantástica novela con elementos de terror y algunos toques de dulzura. Ruiz Zafón es un genio. Sin embargo en esta novela, las dos historias que se entrecruzan no terminan de acoplarse bien, perfectamente podrían haber formado dos historias separadas, una de terror, otra de amor...

Aquí os dejo unos pasajes:

Todos tenemos un secreto encerrado con llave en el ático del alma. Este es el mío

[...]

La Velo Granell fabricaba artículos de ortopedia y prótesis médicas. El conflicto de Marruecos y la Gran Guerra en Europa habían creado un enorme mercado para estos productos. Legiones de hombres destrozados a mayor gloria de banqueros, cancilleres, generales, agentes de bolsa y otros padres de la patria habían quedado mutilados y destrozados de por vida en nombre de la libertad, la democracia, el imperio, la raza o la bandera.

[...]

El tiempo hace con el cuerpo lo que la estupidez hace con el alma –dijo, señalándose a sí mismo-. Lo pudre.

[...]

El circo fue mi escuela y el hogar donde crecí. Ya por entonces sabíamos, sin embargo, que estaba condenado. La realidad del mundo empezaba a ser más grotesca que las pantomimas de los payasos y los osos danzarines. Pronto, nadie nos necesitaría. El siglo XX se había convertido en el gran circo de la historia.

[...]

Aquella noche Mijail me contó que él creía que la vida nos concede a cada uno de nosotros unos escasos momentos de pura felicidad. A veces son sólo días o semanas. A veces, años. Todo depende de nuestra fortuna. El recuerdo de esos momentos nos acompaña para siempre y se transforma en un país de la memoria al que tratamos de regresar durante el resto de nuestra vida sin conseguirlo. Para mí esos instantes estarán siempre enterrados en aquella primera noche, paseando por la ciudad...

[...]

-Esto es lo que hace la naturaleza con sus hijos. No hay mal en el corazón de los hombres, sino una simple lucha por sobrevivir a lo inevitable. No hay más demonio que la madre naturaleza... Mi trabajo, todo mi esfuerzo, no es más que un intento por burlar el gran sacrilegio de la creación...

[...]

-La mujer que has visto esta noche murió hace seis semanas bajo las ruedas de un tranvía. Saltó para salvar a un niño que jugaba en las vías y no pudo evitar el impacto. Las ruedas le segaron los brazos a la altura del codo. Murió en la calle. Nadie sabe su nombre. Nadie la reclamó. Hay docenas como ella. Cada día...

-Mijail, no lo comprendes... Tú no puedes hacer el trabajo de Dios...

Me acarició la frente y me sonrió tristemente, asintiendo.

-Buenas noches -dijo.

Se dirigió a la puerta y se detuvo antes de salir.

-Si mañana no estás aquí -dijo, lo comprenderé.

Dos semanas más tarde, nos casamos en la catedral de Barcelona.

[...]

Joan Shelley, según me confesó más tarde, temía por su salud y por su cordura. Le conocía mejor que nadie y desde el principio le había asistido en sus experimentos. Fue él quien me habló claramente de la obsesión de Mijail por las enfermedades degenerativas, de su desesperado intento por encontrar los mecanismos con los que la naturaleza deformaba y atrofiaba los cuerpos. Siempre vio en ellos una fuerza, un orden y una voluntad más allá de toda razón. A sus ojos, la naturaleza era una bestia que devoraba a sus propias criaturas, sin importarle el destino y la suerte de los seres que albergaba. Coleccionaba fotografías de extraños casos de atrofia y de fenómenos médicos. En aquellos seres humanos, esperaba encontrar su respuesta: cómo engañar a sus demonios.

[...]

Andrej murió a los siete años sin haber salido jamás de las alcantarillas. Cuando su gemelo falleció, su cuerpo fue entregado a las corrientes subterráneas siguiendo el ritual de las gentes de los túneles. Mijail preguntó a su madre por qué había sucedido algo así.

-Es la voluntad de Dios, Mijail -le respondió su madre.

Mijail nunca olvidaría aquellas palabras. La muerte del pequeño Andrej fue un golpe que su madre no llegó a superar. Durante el invierno siguiente, enfermó de neumonía. Mijail estuvo a su lado hasta el último momento, sosteniendo su mano temblorosa. Tenía veintiséis años y el rostro de una anciana.

-¿Es ésta la voluntad de Dios, madre? preguntó Mijail a un cuerpo sin vida.

Nunca obtuvo respuesta.

[...]

-¿Qué es eso?

-Sirve para escuchar lo que dicen tus pulmones... Respira hondo.

-¿Es usted un mago? -Preguntó Mijail, atónito.

El doctor sonrió.

-No, no soy un mago. Sólo soy un médico.

-¿Cuál es la diferencia?

[...]

-Ya me has dado diez años de compañía, Mijail -le dijo. Ahora debes pensar en ti. En tu futuro.

-No le voy a dejar morir, padre.

-Mijail, ¿te acuerdas de aquel día, cuando me preguntaste cuál era la diferencia entre un médico y un mago? Pues bien, Mijail, no hay magia. Nuestro cuerpo empieza a destruirse desde que nace. Somos frágiles. Criaturas pasajeras. Cuanto queda de nosotros son nuestras acciones, el bien o el mal que hacemos a nuestros semejantes. ¿Comprendes lo que quiero decirte, Mijail?

Diez días más tarde, la policía encontró a Mijail cubierto de sangre, llorando junto al cadáver del hombre al que había aprendido a llamar padre. Los vecinos habían alertado a las autoridades al sentir un extraño olor y al escuchar los aullidos del joven. El informe policial concluyó que Mijail, perturbado por la muerte del doctor, le había diseccionado y había tratado de reconstruir su corazón utilizando un mecanismo de válvulas y engranajes.


viernes, 23 de mayo de 2008




Daaani, es el chulo que castiiiga...

San Isidro Labrador
muerto le llevan en un serón
el serón era de paja
muerto le llevan en una caja
la caja era de madera
muerto le llevan en una era
la era era de...

No macuerdo, mi abuela me lo cantaba de pequeño y mi madre está acostada como para andar molestándola ahora con lo de la cancioncilla.

domingo, 18 de mayo de 2008




Julio Llamazares: resistencia y soledad

“La lluvia amarilla” y “Luna de lobos”, de Julio Llamazares, son dos obras imprescindibles de la narrativa española contemporánea... Y no creo que sea sólo a mi entender, que ya sabéis que en cuanto a gustos estéticos soy un poco “rarito” (no me gusta todo “lo bueno” y me encantan algunas piezas de “lo malo”).

Para mí una novela es buena cuando logra despertar ciertas emociones en el lector: la risa (J.K.Toole), el llanto, la ansiedad... O cuando el lector logra identificarse con alguno de los personajes (London, Houllebecq, Ortuño), señal de que el autor ha captado perfectamente los caracteres de algún tipo social (puede que el suyo mismo)... O cuando el autor describe la compleja interioridad de esos personajes (Dostoievski, Mishima, Auster). En fin, hay muchas características por las cuales una novela puede ser considerada buena y para mí la forma quizá no sea tan importante como el fondo: hace años comparábamos un conocido y yo dos obras bien distintas, “El talón de hierro” (de Jack London) con “El gatopardo” (Lampedusa); mi conocido decía que no había comparación posible, que Lampedusa hacía literatura mientras que London hacía periodismo-ficción. Al menos logró que me interesara por la obra, hasta que al final cayó en mis manos... Vaya trago, me costó leerla y eso que parecía interesante (la decadencia de la aristocracia italiana con el advenimiento de la burguesía, creo recordar), lo que ocurre es que el tema de la aristocracia jamás me ha llamado la atención... Bueno, jamás, jamás... Quizá desde que me volví republicano... Aunque antes de ayer vi “Vatel”, con Depardieu y Uma Thurman (recordemos a los Petersellers), que trata sobre la corte de Luis XIV, y me pareció una estupenda película. En cambio, “El talón de hierro” habla sobre la revolución proletaria (y mira que soy escéptico), es el Manifiesto Comunista novelado, y por tanto me parecía un tema más interesante, quizá porque me queda más cercano, porque puedo identificarme más con sus personajes, no sé.

En fin, que la literatura es una cuestión de gustos y una cuestión de gustos escritos.

Pero Llamazares... Vale, no creo que sea apto para el gran público, acostumbrado a las intrigas de la CIA, KGB, Opus, templarios y masones. Pero ha de gustarle a cualquiera que tenga un mínimo gusto literario más allá de los bestsellers (y más allá no significa que no le puedan gustar estos; soy fan de “La sombra del viento”).

Llamazares es forma literaria de calidad unida a un fondo temático frente al cual no se puede permanecer impasible. “La lluvia amarilla” habla sobre la despoblación de las zonas rurales. Sólo alguien que no haya salido en su vida de la gran ciudad, alguien que no haya respirado los aromas de los pueblos, esa mezcla de flores, leña y excrementos de ganado, puede ser indiferente. Pero especialmente para los que procedemos de familias rurales, para los que hemos vivido y seguimos viviendo la transformación (no ya declive) de nuestro pueblo, “La lluvia amarilla” nos moja por dentro, lo sentimos.

"La lluvia amarilla" posee un lenguaje complejo y bastante recargado, abundando en símiles y metáforas. Me costó unas 30 páginas adaptarme al ritmo, un ritmo poético bajo la forma de prosa. Esta novela podría dividirse formalmente en dos partes: la presentación, larga presentación, con una forma rítmica y visual más cuidada, y el desarrollo de la acción, centrado más en los contenidos y en las emociones que despierta en el lector. El desenlace es lo de menos, pues forma parte de la presentación:

“[...] Porque cuando el primero de ellos comience a subir las escaleras, todos sabrán ya seguramente lo que, aquí, les esperaba desde hacía mucho tiempo. Un frío repentino e inexplicable se lo anticipará. Un ruido de alas negras batirá las paredes advirtiéndoselo. Por eso nadie gritará aterrado. Por eso, nadie iniciará el gesto de la cruz o el de la repugnancia cuando, tras esa puerta, las linternas me descubran al fin encima de la cama, vestido todavía, mirándoles de frente, devorado por el musgo y por los pájaros.”

Nunca en mi vida se me habían saltado tanto las lágrimas con una historia como con ésta, y da igual que fuera leyéndola en el metro, que por la calle, que en mi casa tranquilamente: llega un párrafo que pilla con la guardia baja a tus emociones y la gente te mira extrañada, sin atreverse a preguntar.

“Luna de lobos” es menos emotiva, pero no menos densa y agobiante, pues trata sobre un grupo de republicanos resistentes en la Guerra Civil, en las montañas de León, y su posterior conversión en maquis. Posee un lenguaje poético que abunda en símiles, aunque no tanto como en “La lluvia amarilla”, y que crea una auténtica atmósfera de pesadumbre, logra transmitir las experiencias del personaje al lector, de manera que es casi el mismo lector el que las estuviera experimentando:

“Sólo Martina me ha reconocido. Sólo ella ha sabido descubrir entre la sombras de los chopos al hombre que hace ahora diez años bailaba en este mismo prado abrazado a su cintura. Aquel hombre que llegó un día al pueblo de maestro, que le habló de amor y de hijos, y al que el oscuro torbellino de la guerra alejó para siempre de su vida.

Se ha quedado un instante mirándome, inmóvil, con los ojos ardiendo en los míos.

Después, sin que nadie lo note, ha seguido bailando, en silencio, abrazada con fuerza al marido.

Hasta las fuentes de Peña Negra la música del acordeón me ha perseguido.

Hasta las fuentes de Peña Negra los ojos de Martina han seguido ardiendo en los míos”.

Ambas novelas tratan de la resistencia y del apego a la tierra de los padres, a la tierra en que crecieron los personajes. En “La lluvia amarilla” Andrés es el último habitante de un pueblo condenado a desaparecer; pero lucha por permanecer en él... Hasta que muere su mujer (también en la presentación, no estoy destripando el argumento) y se convierte en una lucha solitaria. Lo mismo le ocurre a Ángel, el protagonista de “Luna de lobos”; debido a la represión que sufren por parte de la Guardia Civil, cada vez encuentra menos apoyos en las gentes del pueblo e incluso entre su familia.

Esta resistencia (quizá, en última instancia, toda resistencia) va acompañada, pues, de soledad. Quizá la soledad sea una nota intrínseca de la resistencia, pues uno resiste mientras los demás han sido vencidos... O convencidos... Convencidos por las promesas de una vida mejor en zonas menos montañosas, convencidos por las mentiras de la propaganda de un sistema fascista, vencidos por las armas de ese mismo sistema, vencidos por el hambre y por el frío, por los crueles inviernos de las montañas.

La soledad. Y el olvido que ella conlleva. Podemos pensar que aunque nos encontremos solos en algún lugar perdido, incluso solos en medio de gentes desconocidas, alguien nos está esperando, alguien se acuerda de nosotros. Pero es un recuerdo con fecha de caducidad. El paso del tiempo termina corroyendo esos recuerdos, como se corroen las fotografías, tomando un color amarillo. El paso del tiempo nos trae el otoño y, con él, una lluvia amarilla de hojas muertas. El olvido y la muerte son de color amarillo.

El dolor, sin embargo, es más intenso cuanto más impermeable sea el resistente a esa lluvia amarilla... Aunque también puede que uno resista porque, precisamente, es incapaz de olvidar. La resistencia, entonces, va acompañada de un gran dolor.

Resistencia, soledad, dolor... Y locura.

En “Luna de lobos” Ángel no llega a volverse loco, aunque hace algunas reflexiones al respecto (“un corazón solo, en medio de la noche, es una tormenta”). Pero en “La lluvia amarilla” las imágenes más bellas y surrealistas son las que Andrés ve en sus estados de delirio:

“Recuerdo que pasé vagando por el pueblo, como en sueños, todo el día. Pese a su rotundidad, no acababa de creer lo que veía. Las tapias, los tejados, las ventanas y las puertas de las casas, todo a mi alrededor era amarillo. Amarillo como paja, amarillo como el aire de un tarde de tormenta o como el resplandor de los relámpagos en una pesadilla. Podía verlo, sentirlo, tocarlo con las manos, mancharme las retinas y los dedos igual que cuando niño, allá en la vieja escuela, jugaba con la tinta. Lo que creía una ilusión, una alucinación fugaz de mi mirada y de mi espíritu, era algo tan real como que yo todavía estaba vivo.”

La diferencia entre las dos obras, al margen de los contextos en que se sitúa la acción, es su resolución: mientras que “Luna de lobos” es dramática, dejando un final abierto tras el enfrentamiento, “La lluvia amarilla” es trágica, acaba con la locura y la muerte del héroe que resiste, del héroe que se enfrenta a lo inevitable. También es diferente la temporalidad que se maneja en las dos historias: lineal en “Luna de lobos”, con saltos hacia adelante y hacia atrás en “La lluvia amarilla”. No obstante, lo importante en las dos obras es, como decíamos, la reflexión sobre la resistencia, la soledad, el dolor y el olvido, una reflexión que se realiza a través de un lenguaje cargado de imágenes y de lírica.

En definitiva, dos obras que no podéis dejar de leer. Después, si queréis, os bajáis la adaptación cinematográfica de “Luna de lobos” (que no he visto). También sé que “La lluvia amarilla” se ha llevado al teatro hace poco, al menos en El Bierzo; no sé si llegará o habrá llegado aquí.


martes, 13 de mayo de 2008




"La chica del puente" (caracteres de la posmodernidad)

La Fille sur le pont. Francia, 1999, 90'

Dirección: Patrice Leconte. Guión: Serge Frydman. Fotografía: Jean-Marie Dreujou
Protagonistas: Vanessa Paradis, Daniel Auteuil...

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(por RossaNova, Ohflores y Anuskíviris)

Adele (Paradis) es la chica del puente, la chica que se quiere tirar desde un puente de París pues considera que su vida es un sinsentido y una “espiral atrapamoscas que atrae las historias cutres que pasan a su lado”; es un sinsentido porque no logra encontrar el amor ideal y en esa búsqueda lo único que hace es atrapar moscas. Gabor (Auteuil) es un lanzador de cuchillos que (aparentemente) busca sus dianas entre las mujeres suicidas.

Adele acaba por tirarse desde el puente y Gabor se lanza tras ella, logra rescatarla y acaban los dos en el hospital recuperándose de la hipotermia. Antes de escaparse del hospital Gabor tienta a la suerte para convencer a Adele de que ella no solo no tiene mala suerte, sino que es un talismán de la buena: ven una mosca en el techo, sacan tres terrones de azúcar y apuestan a que la mosca acudirá a ellos; por supuesto ganan.

A partir de aquí comienza un periplo por el Mediterráneo en el cual Gabor lanza cuchillos a Adele y ésta se cepilla a todo aquél que le lanza una sonrisa, a pesar de que es Gabor su verdadero amor, un amor todavía no reconocido pero vislumbrado en la pasión con que recibe sus cuchillos (metáfora del acto sexual) y en las surrealistas conversaciones telepáticas que mantienen a distancia. Adele se fuga con un griego abandonando a Gabor. Éste llega a Estambul y, desesperado por haber perdido a Adele, decide suicidarse desde otro puente. Afortunadamente Adele ha recapacitado, le busca por toda Constantinopla y le encuentra en el mismo punto en que él la encontró a ella. Esta vez no caen al agua sino en un profundo abrazo. Fin.

La suerte

Toda la película es un tratado acerca de la “suerte”. En primer lugar lo que salta a la vista es la popular relación entre la suerte y el amor: “afortunado en el juego, desgraciado en amores” (o viceversa). Las veces que Adele gana en los juegos de azar (tragaperras, ruleta, tómbola...) no son meras anécdotas que endulzan la historia y que muestran la comunión de almas entre los dos protagonistas, pues lo importante, sin embargo es lo desgraciados que son en el amor.

Gabor se contradice en múltiples ocasiones para manipular a Adele: unas veces le dice que es un talismán, una herradura... Y otras le dice que la suerte no se tiene, sino que se fabrica. Esta es la verdadera tesis que sobre la suerte sostiene Gabor, un tipo que lo controla todo (o pretende controlarlo): es lógico que la mosca acuda al azúcar, es lógico que tras 40 años lanzando cuchillos estos den en el blanco, Gabor engaña a Adele con el típico juego de “en qué mano está la joya” (tenía una en cada mano)...

Amor y guerra

Sin embargo, esta película es interesante desde el punto de vista simbólico. Frydman y Leconte nos presentan a dos personajes que encarnan o simbolizan el “eterno femenino” y el “eterno masculino”, el amor y la guerra, de modo que están condenados a no entenderse. Adele siempre buscando amor entre los brazos de desconocidos, buscando un lugar donde descansar, donde “reposar la cabeza”, lejos de la vida errante que ha llevado desde que se escapó de su casa en la adolescencia y, sobre todo, lejos de la vida errante que le ofrece Gabor. Adele ama a Gabor, le atrae su seguridad, su firmeza, su “masculinidad”, pero éste parece resistirse a sus encantos, parece de piedra, sin sonrisas, sin abrazos, irónico y sarcástico. El nomadismo que teme Adele no es el físico o geográfico, sino el del alma, el que siempre ha llevado.

Por su parte Gabor, con sus cuchillos, representa al guerrero, siempre errante en busca de aventuras, experto y seguro de sí mismo... Mientras se mantenga solitario, mientras su corazón no se ablande con los besos de una mujer.

El rechazo de Gabor por parte de Adele simboliza el clásico rechazo al guerrero, la búsqueda de la seguridad del hogar de la mujer. El rechazo a Adele por parte de Gabor también es todo un clásico: la falta de implicación sentimental del héroe que teme dañar a sus seres amados con su halo de violencia, que teme que la guerra les alcance. En realidad lo que Gabor teme es dañar a Adele con sus cuchillos. Teme que su posible implicación sentimental pueda influir negativamente en sus facultades lanzadoras y haya un accidente. Lo que no sabe es que ya está implicado desde el principio y desde el principio sólo ha habido rasguños. Ese temor fue el que le llevó a abandonar a una de las vedettes del circo. Gabor se teme a sí mismo, no está completamente seguro de sí... ¿alguno lo estamos? Sabe que no controla todos los parámetros de la fórmula.

Ambos buscan la seguridad... La seguridad de un mundo periclitado, un mundo que quizá sólo ha existido en las cabezas de la gente, en las ideas de los libros, un mundo que sólo se venía abajo tras los desastres y accidentes.

Pero Frydman y Leconte han transcendido ese mundo, saben dónde están: en la sociedad del riesgo, como diría Ulrich Beck, una sociedad representada por los juegos de azar, por todas las referencias a la suerte, una sociedad en la que la suerte está más presente de lo que pensamos. Frydman y Leconte son ya posmodernos, representan y asumen más características de esta sociedad, especialmente la movilidad geográfica (asociada a la flexibilidad laboral) y la movilidad sentimental: ya no hay un lugar fijo para trabajar, no hay un hombre fijo a quien amar... Es la suerte la que lo rije todo.

Y el final feliz de la película llega a raíz de la asunción por parte de los personajes de esta característica ontológica, de la suerte: Gabor asumirá (pues no se ve, la película acaba con Adele rescatándole del puente) su falta de control extremo y se abandonará al amor que le brinda ella. Ella aceptará una vida nómada, una vida de peligros pero en la que, al menos, su corazón puede descansar. Al final, pues, llegan a entenderse: el hombre relaja su “instinto guerrero” (su control) y acepta el amor y, de igual modo, la mujer acepta penetrar en los terrenos de la guerra; vale que de un modo pasivo, “recibiendo” cuchillos, pero hay que tener en cuenta que es ella la que le rescata del puente, es ella finalmente la heroína.

La sociedad posmoderna, entonces, queda representada no sólo por la suerte, sino también por la superación de los roles masculino y femenino en el imaginario colectivo y en la realidad: el hombre ya no es SOLO un tipo duro, con barba y pelo en el pecho, sino una persona que TAMBIÉN sufre, llora, se depila y se maquilla. La mujer ya no es SOLO alguien débil, llorosa y enzarzada continuamente en las tareas de la casa y del amor, sino TAMBIÉN una persona fuerte, segura de sí, luchadora y controladora, depredadora en algunos casos (en el amor y en los negocios, trasunto de la guerra, por supuesto). La superación de los roles no se realiza por fusión en una unidad superior, ni por absorción de uno en otro, sino por descomposición y mezcla de ambos en diferentes proporciones para cada persona.

La fotografía y la música de la película, inmejorables.


lunes, 12 de mayo de 2008




Deutsch Chiki-chiki

viernes, 2 de mayo de 2008




Análisis simbólico de "El Violín Rojo"


Desde hace ya algún tiempo en los círculos en que me muevo había oído excelentes críticas de “El Violín Rojo”, película de 1998, dirigida por François Girard y protagonizada por Samuel L. Jackson, entre otros; sin embargo, nunca había tenido ocasión de verla hasta hace poco.

Leyendo algunas críticas sobre ella, críticas de cinéfilos y por lo tanto formalistas, podemos considerar que aunque es un thriller pseudo-fantástico, también se trata de una película con una cuidada fotografía (en tonos pardos y rojizos, como corresponde al título) y una excelente composición musical, pero con un argumento demasiado pretencioso. Al parecer tuvo un elevado presupuesto que, no obstante, no justifica el producto final, pues los países (fue rodada en cinco países, en sus respectivos idiomas) y épocas en que se desarrolla la acción quedan reducidos a meros tópicos (la miseria en los monasterios post-medievales, el lujo inmoral de los nobles victorianos, el sectarismo de la Revolución Cultural maoísta y la unidimensionalidad economicista de la época actual); además no todas las historias que se cuentan en ella son tratadas con la misma maestría.

Aquí, sin embargo, sólo vamos a analizar los componentes simbólicos.

Historias. La película se compone de cinco historias diferentes cuyo nexo de unión es un violín rojo, que Girard y McKellard (los dos guionistas) convierten en una metáfora de las pasiones. Y es que el filme consiste en un breve muestrario de pasiones, tan breve como que, ateniéndonos a la pasión pura, solo presenta dos de ellas; sin embargo, una pasión pura, sin su objeto, es una pasión vacía, de ahí que al considerar los diversos objetos de las pasiones, éstas no sólo se multiplican, sino que alcanzan un significado más rico. Las pasiones puras que se tratan en la película son el amor y el deseo, cuyo color tradicionalmente ha sido el rojo, que es el color de la sangre, el humor del cual se suponía que brotaban estas pasiones. En algún momento aparecen otras pasiones como el dolor, el odio o la alegría, pero son más bien adornos de la trama, no son tratadas en extenso.

Cada historia, a pesar de ser distinta a las demás no puede, sin embargo, ir en el lugar de otra, es decir, no puede alterarse el orden de las historias, aunque pueda alterarse la forma en que son contadas, como muy bien hace Girard: en vez de contarlo todo de un modo secuencial, juega con flashbacks constantes a la primera y a la última historia, de manera que se mantiene la tensión hasta el final, tanto la intriga sobre el origen como sobre el desenlace. No puede alterarse el orden de las historias porque, de algún modo, ese orden refleja el movimiento declinante de toda pasión.

(NOTA: si no quieres conocer el argumento, no continúes leyendo, aquí no hay flashbacks)

1) Dolor y locura.
La historia del violín comienza en el siglo XVII en la provincia de Cremona, al norte de Italia. El luthier Niccolo Bussotti está construyendo su obra maestra, el violín perfecto, al tiempo que espera un hijo de su amada esposa, quizá incluso sea el regalo de nacimiento para el niño. Anna, la fiel esposa, sin embargo tiene dudas acerca de su gestación, acerca del parto, y por ello consulta a Cesca una bruja echadora del Tarot. Anna escoge cinco cartas, las sitúa sobre la mesa boca abajo y Cesca las va descubriendo (en la película la interpretación de cada carta es la introducción de la siguiente historia).

La primera carta habla del dolor, pero de un modo tan ambiguo que no se sabe quién lo va a experimentar, si la madre o el hijo. Anna conmina a Cesca para que especifique, quiere saber el destino de su hijo, pero ésta le responde que su sangre es la misma y no puede verlos por separado.

El mayor dolor, no obstante, resulta ser el de Niccolo, pues Anna y el niño terminan muriendo en el parto. Es en esta primera historia donde se nos habla de la pasión en su más alto grado: el amor por una mujer, cuya pérdida causa un tremendo dolor, un dolor tan grande que vuelve loco a Bussotti. Aunque en la película sólo se descubre al final, pese a que ya viene siendo sospechado por el espectador, el color rojo del violín es el color de la sangre: Niccolo se lleva el cadáver aún caliente de su esposa al taller, construye una brocha con los cabellos de ella, confecciona un barniz con su sangre y tiñe de rojo la madera de su último violín, su obra maestra. ¿Con el fin de que ella perviva en su obra? Quizá. Pero Bussotti no es un brujo, Bussotti no sabe lo que hace, está fuera de sí, ha perdido la razón.

La mitología griega siempre nos ha hablado del castigo reservado para aquellos que abandonan la mesura: el héroe trágico, el héroe que desafía a los dioses más allá de lo razonable, termina muriendo o volviéndose loco (lo cual podría considerarse como otro tipo de muerte); esto mismo le ocurre al hombre cuando se abandona a las pasiones de un modo desmesurado, muere o enloquece.

2) Comienzo del viaje
La segunda carta habla de un largo viaje.

Se trata, aunque sin ritos, de un ejemplo de magia contaminante, según la ley del contacto, por la cual un objeto que haya estado en contacto con una persona pasa a formar parte de esa persona, de modo que lo que sufra el objeto lo sufrirá su anterior poseedor. Y ello sería así porque el alma de la persona permanece en el objeto, de forma que hace de nexo causal. El otro tipo básico de magia, siguiendo a Frazer, sería la homeopática que, según la ley de la semejanza, puede ejercer acción a distancia a través de cosas iguales o parecidas; por ejemplo, el uso mágico que poseían las pinturas rupestres, que pretendían favorecer la caza. Aunque lo cierto es que pocas veces los ritos mágicos se muestran tan puros, pues suelen contener elementos de ambas modalidades; por ejemplo, el rito a través del cual se tortura a una persona a través de un muñeco con forma humana, sería un ejemplo de magia homeopática, sin embargo, dicho rito necesita de un objeto que haya estado en contacto con la persona (magia contaminante).

Mas si pasa esto con cualquier objeto, si parte del alma se transfiere al objeto, qué no iba a pasar con la mismísima sangre. Y si el cuerpo está muerto... ¿No sería presumible que toda el alma viajase con su sangre? De este modo, con el sangriento barniz, el alma de Anna pasa al violín. No obstante, el verdadero viaje comenzará ahora, con la salida de Cremona y su llegada a un monasterio de huérfanos en Viena donde permanece cien años, pasando de mano en mano hasta que caen en las de Kaspar Weiss, un niño prodigio que será descubierto por Poussin, un caza talentos de la época.

Sin embargo, la relación que tiene Kaspar con su Violín Rojo no es normal, pues llega a dormir con él e, incluso, cuando le prohíben metérselo en la cama, cae enfermo. Kaspar es un niño huérfano, así que no es descabellado pensar (bueno, en mi caso es descabellado pensar cualquier cosa) que la relación con el violín es la relación con la madre que nunca tuvo. Y, por supuesto, Kaspar es el hijo que Anna no llegó a tener. ¿Es esta pasión el amor de un niño por su madre? No. Esa sería una pasión de color blanco, pura. Ésta, en cambio, es de color rojo. Se trata, más bien, de una pasión edípica (toda la película está cargada de tintes freudianos). Cuando Kaspar toca el violín se oye la respiración de una Anna que goza. Es por lo tanto, también, una pasión desmesurada y como tal conllevará su castigo.

Kaspar es trasladado a la corte para una prueba ante el príncipe. Pero éste, antes de escuchar una sola nota, se prenda del violín y le ofrece a Poussin una fuerte suma de dinero. Kaspar, ante la posibilidad inminente de su pérdida, cae fulminado de un ataque al corazón. Justo castigo. Poussin, no obstante, no logrará hacerse con el violín, pues los monjes deciden enterrarlo junto con Kaspar.

3) La lujuria y el Diablo
El monasterio es destruido y las tumbas saqueadas, profanación que será el preludio de la siguiente historia, pues la tercera carta habla de una lujuriosa relación con el Diablo. El violín pasa a manos de unos gitanos errantes que lo pasean por medio mundo (las imágenes se aceleran al ritmo vertiginoso de la música del violín), hasta caer en la Inglaterra del siglo XIX. Los gitanos llegan a los dominios de Frederick Pope un excéntrico aristócrata, compositor, intérprete y fumador de opio. Pope les permite quedarse en sus tierras a cambio de la compra del violín, el cual ha oído tocar a una guapa gitana.

Entre las excentricidades de Pope está la de tocar y componer mientras mantiene relaciones sexuales con sus amantes. Sus composiciones poseen una extraña fuerza, son casi estridentes, pero resultan altamente eróticas. Nuevamente se oye la respiración de Anna, casi sus jadeos, cuando es, no ya acariciada por el arco de Pope (como hiciera Kaspar), sino arañada, azotada, penetrada, por él. Anna ha sido seducida por un auténtico diablo y le brinda sus mejores notas.

Pope mantiene una doble relación: por un lado con el violín (Anna), por otro con la escritora Victoria Byrd, pero sus encuentros sexuales son auténticas orgías a tres bandas. Esta lujuria, este deseo puramente carnal, es también una pasión desmedida, una ofensa a los dioses, a la razón, y Pope pagará por ello con la muerte: Victoria ha de marcharse a Rusia, pero aunque se mandan cartas la pasión de Pope por ella se enfría y decide montarse las orgías con otra mujer. En una de ellas Victoria llega por sorpresa y, presa del odio (pasión no desarrollada en la película), dispara sobre el violín. Pope comprende que ha perdido a los dos, entra en un estado de nostalgia agravada por su adicción al opio y termina suicidándose.

Hay que tener en cuenta que el violín como metáfora de la mujer (toda mujer, no solo Anna) no es algo novedoso de esta película, sino algo que se encuentra en la cultura occidental, aunque no sólo es el violín, sino casi todos los instrumentos de cuerda o, al menos los que poseen cierta forma que recuerda la espalda, cintura y caderas de una mujer, como la guitarra, la viola, el chelo...

4) El juicio
La cuarta carta del Tarot habla a Anna sobre su participación en un juicio.

Tras la muerte de Pope, el violín es recogido por el asistente chino que le ayuda a “colocarse” y viaja con él de regreso a su tierra natal donde se lo vende al dueño de un bazar. Allí permanecerá varios años hasta que una señora lo compra para su hija Xiang.

Xiang crece, suponemos que muy apegada al violín, y la acción se sitúa en la China de la Revolución Cultural, años 60, donde el rojo abunda. Los Guardias Rojos han detenido a Chou, un profesor de música, acusado de enseñar a sus alumnos música occidental, música decadente. Se celebra un juicio sumario y Xiang sale en su defensa; como castigo a Chou se le ordena quemar públicamente su violín (que, evidentemente, no es el nuestro).

Podría pensarse que Xiang, imbuida con la fuerza que le proporciona su violín, sale en defensa de Chou y que éste es el juicio al que se refiere Cesca en la interpretación del Tarot; de este modo se mantendría la continuidad en la feminidad de la metáfora, aunque ahora transformada en metonimia (el alma de Anna que pasaría a Xiang por el contacto físico que durante años han mantenido; parecido a lo de la magia contaminante). Pero entonces se rompería el paralelismo con las otras historias, ya que la pasión de Xiang no es tan fuerte como para morir o volverse loca al separarse de Anna. El auténtico amante es Chou, que arrostra el patíbulo o la cárcel por no dar su brazo a torcer, por no renegar de la música clásica frente a la música popular china. Este es el auténtico juicio, la lucha que se desata en el interior de estos dos personajes, Xiang y Chou, la pasión por la música frente a lo absurdo de la Revolución Cultural. Se trata de una lucha de ideas, una elección: música clásica occidental frente a los contenidos revolucionarios.

Por un lado nos encontramos con un cambio de registro, una contraposición entre ésta y las tres historias anteriores, la contraposición entre el cuerpo y la idea (la mente quizá). El violín pasa de ser símbolo metafórico de la mujer a símbolo metonímico de la música, con lo cual la película pierde fuerza dramática, pues el espectador siente que el violín ha perdido personalidad, ahora es símbolo de una idea, no de un cuerpo viviente. En este sentido, esta transformación podría reflejar la evolución de la pasión con el paso del tiempo, pues se hace más calmada, pierde fuerza, declina.

Pero por otro lado la música es algo que se siente (igual que se siente el cuerpo del amante) y mucha gente experimenta auténtica pasión por ella. En este sentido sí existe cierta continuidad o paralelismo con las otras historias. El juicio, la elección, se resuelve de modo distinto en cada personaje: Xiang pertenece a la Guardia Roja y abandona la música por la Revolución, Chou mantiene su pasión y se queda con el violín que le entrega Xiang, pese a los peligros que ello conlleva. Chou acaba muriendo, suicidándose quizá, por no poder dar rienda suelta a su pasión, por no poder expresarse. Sin embargo, nada tiene que ver el Violín Rojo en ello: Chou muere entre cientos de instrumentos musicales atesorados, rescatados de las fauces del fuego; entre ellos el rojo es uno más.

5.- Los mayores peligros y el fin del viaje
Ya en los años 90 el comunismo chino ha empezado a vislumbrar los beneficios del mercado: si hay que deshacerse de unos instrumentos musicales, ¿por qué no venderlos en lugar de quemarlos? Así aparece en escena Morritz (Samuel L. Jackson), un tasador de instrumentos e historiador al servicio de una casa de subastas canadiense.

Morritz lleva años siguiendo la pista del Violín Rojo, que para él se ha convertido en una obsesión (su habitación llena de documentos históricos lo atestigua), una auténtica pasión. Sin embargo, ya no se trata de la pasión por una persona o por una idea, ni por las sensaciones que produce la música, se trata de un objeto, aunque no de un objeto cualquiera, sino uno cargado con un peso histórico importante. El espectador vuelve a notar un nuevo descenso en la carga emocional de la historia, salvo por breves destellos, cuyo contraste consigue incluso sacarnos alguna lagrimilla. La pasión inicial de Bussotti se va extinguiendo.

Morritz fue cautivado por la historia del Violín, una historia cuya totalidad probablemente sólo él conozca, ya que, aunque en la subasta se encuentran prácticamente todos los herederos de los poseedores del Violín a través de los siglos, la impresión es que ellos sólo conocen la parte que les incumbe (al margen, claro está, de que se trata del último violín construido por Bussotti, lo cual sabe todo el mundo), pues el Violín siempre permaneció en el anonimato. Sin embargo, sólo Morritz queda cautivado por las notas que le extrae un famoso y seboso violinista, sólo Morritz sufre cuando el técnico de sonido fuerza la caja de resonancia, sólo Morritz conoce el secreto del barniz, sólo él tiene el derecho de poseerlo, sólo su deseo merece ser satisfecho.

En esta historia, al margen de la intriga sobre quién se quedará con el Violín (por otro lado bastante mala), lo importante son las contraposiciones entre los diferentes valores subjetivos que puede tener un objeto, los diferentes fetichismos:

a) el técnico de sonido queda maravillado con sus características sonoras, le gustaría desarmarlo para ver exactamente cómo está hecho; de todos los participantes en la historia es el más estúpido, pues para él no tiene ningún valor al margen de la pura objetividad, ningún sentido, ninguna sensación, no vacila en hacer sufrir a Anna, pues simplemente no siente.

b) el inmenso violinista está preso del fetichismo de la firma: quiere poseer el último Bussotti, sin embargo tampoco siente, lo comprobamos cuando, para comprar un violín fuera de la subasta, hace la prueba ante Morritz, éste queda maravillado (al tiempo que desolado pues imagina que acaba de perder el objeto de su deseo), el otro lo considera un simple violín. Sin embargo, acabará llevándoselo en la subasta.

c) los diferentes herederos están presos del fetichismo que supone el haber pertenecido a un antepasado suyo, cada uno de ellos tiene más derecho a poseerlo que ninguno de los dos anteriores.

d) pero es Morritz preso del fetichismo histórico, quien más tiempo ha mantenido un contacto espiritual con él, un contacto a distancia, sólo él conoce su secreto y sólo el lo siente de verdad.

No obstante, su pasión, a pesar de ser desmesurada, pues le lleva a cometer el robo del violín, a dar el cambiazo en plena subasta (si la película es fantástica, este es el punto culminante), no conlleva un castigo, como en los casos anteriores, pero esto se debe a que la película ha de acabar bien, perfectamente podrían haberle pillado y enchironado. Pero entonces, como dice mi amiga Olga, el violín saldría del anonimato, y “eso no es”. Sin embargo, hay un elemento que invita a reflexionar: una vez conseguido el objeto de su deseo, conseguido el grial de su larga búsqueda, se pregunta “¿y ahora qué?”, ¿lo mete en una urna para contemplarlo? Morritz no sabe tocar. Decide entonces regalárselo a su hija.

La quinta carta, la muerte cabeza abajo, hablaba del final del viaje, un final feliz tras pasar grandes peligros. Por fin Anna podrá descansar y tendrá un hijo a quien amar.





Zanjas profundas en tu mente
Zanjas profundas en tu mundo
Zanjas que nos separan
Zanjas que nos escinden
Zanjas en las que caemos
a veces sin poder salir
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