zanjas.profundas@gmail.com

viernes, 17 de octubre de 2008




Lugares surrealistas II





(Continuación)

El sábado salí pronto de casa (17:00) para comprarme un libro. Fui dando un paseo hasta el centro y cuando estaba frente a la Espasa cambié de opinión: en realidad tengo bastantes libros en casa por leer; hace poco hice limpieza, ordené los libros de literatura y me salieron unos 20 que no había leído; los ordené alfabéticamente y tras leer la autobiografía del trompetista Chet Baker, las leyendas de Bécquer y a Pearl S. Buck, tengo en la mochila “La peste” de Camus. Además, debería retomar mis principios anticonsumistas, que en época de crisis nunca vienen mal.

Así que llamé a una amiga, Estela, la cual estaba con otra amiga, Azucena, las dos con las que fui a ver el concierto de Jethro Tull. Como andaban por el centro de Madrid quedamos a tomar unas cervezas en la plaza de Santa Ana. Tras las mismas decidimos hacer tiempo para ir al Melo’s, en Lavapiés, el siempre atestado abrevadero del lugar, pues Azucena tenía antojo de croquetas; allí sí que son surrealistas las “zapatillas”: unos gigantescos bocadillos de lacón con queso que harían las delicias de... ¿Queréis ver unidos a hebreos y musulmanes? Llenad los Santos Lugares con franquicias del Melo’s... Nos pedimos media para los tres y a pesar de que Azucena zampaba como si fueran a quitárselo (es que la chica acababa de dejar de fumar, llevaba casi cuatro horas sin cigarrillo), acabamos bastante llenos, regado con ribeiro, etc, etc.

Pero yo no quería hablar del Melo’s. Sino del paseo de antes. A Estela se le ocurrió, no sé si porque alguien se lo dijo en algún otro momento anterior de su existencia, o porque ya había estado, entrar al nuevo hotel de la Carrera de San Jerónimo, el Urban, para subir a la terraza. Y así hicimos: completamente decididos, sin miradas dubitativas, entramos, nos dirigimos a los ascensores, que estaban abiertos, entramos y subimos a la terraza. El sitio es una pasada, pues se observa una buena parte de Madrid desde lo alto: los tejados rojos llenos de antenas, la Carrera de San Jerónimo desde arriba, como si estuvieras colgado, tras unas mamparas de cristal y su vértigo consecuente. La terraza consta de sillas, sillones y hamacas donde descansar, mesitas donde reposar las bebidas que algún camarero subiría, lámparas traslúcidas que en ese momento no se dignaron a encender, a pesar de que la luz ya empezaba a escasear.

Sí que estaríamos allí arriba unos diez o quince minutos, hasta que apareció un calvo vestido de negro que, sin decir una palabra, amablemente nos abrió la puerta del ascensor y nos acompañó hasta la planta baja. Quizá fuera coincidencia, quizá no. Nunca lo sabremos ya que no intercambiamos palabras más allá del “hola” y “adiós”. La subida y bajada en ascensor también tiene su aquel, pues las paredes del mismo son transparentes (todo es transparente en este hotel, como en el garito de Alcorcón) y se ve el patio central; y a través de las paredes del patio, los pasillos que dan a las habitaciones en cada piso. En fin, otro curioso lugar donde pasar media horita de la tarde del sábado, porque invitar a la churri a una noche de pasión en un sitio tan fashion puede dejar temblando tu bolsillo. Entonces nos dirigimos al Melo’s.

Tras salir del Melo’s, habiéndose incorporado Fernando (amigo de Azucena) y... y... No me acuerdo de cómo se llama la amiga de Estela, porque siempre realiza apariciones relámpago (se toma una cerveza, ribeiro en esta ocasión, y se va); tras ponernos gochos, como decía, de lacón, queso y besamel encroquetada, Fernando y yo decidimos hacer de basurillas y rescatar unos “Cuadernos de Pedagogía” que alguien había mandado a la porra dentro de una caja de cartón. “Seguro que Azu los aprovecha”, pensamos. Pero pesaban mucho y Azu, tras echarlos un vistazo y seleccionar un par, los dejó en un banco de la Plaza de Lavapiés, para lectura de transeúntes o lecho de vagabundos. Azu sacó dinero, recapacitó y se sentó otra vez en el banco para realizar una selección más exhaustiva, con más criterio; resultado: cogió todos los cuadernos menos dos. Acompañamos a la chica-relámpago al metro... No, porque vive en Lavapiés... Bueno, no sé lo que fuimos a hacer a la boca del metro, probablemente nada salvo ver a unos manifestantes protestando por no sé qué cosa del 11-S, seguramente contra Bush, Burt Lancaster y Mc Cain (pero, ¿quién va a votar a este hombre con ese nombre, con lo cristo-integristas que son en los estates?; si se llamara Mc Abel, todavía), que ya sabéis, Lavapiés es Zona Roja. Tras esto volvimos a pasar cerca del banco donde todavían descansaban los dos cuadernos desechados. Azu se arrepintió y los acogió en su seno, igual que a los otros 20. Así que anduvo cargada con el material toda la noche.

Tras este episodio volvimos a subir por Ave María, volvimos a pasar por el lugar donde encontramos los cuadernos, volvimos a pasar por la puerta del Melo’s y ya casi a la altura de Magdalena, al lado de una bodeguilla que hace esquina y rincón a la vez, nos metimos en una antigua peluquería, con sus antiguos azulejos en la calle anunciando el negocio, ahora reconvertida en tetería pseudo-oriental o pseudo-magrebí. Lo cierto es que no supimos muy bien a qué nacionalidad pertenecían los regentes, si eran turcos, kurdos, libaneses, sirios... Eso sí, todos rubios. El caso es que parecía que nos habíamos colado en una película de Kusturica (por cierto, id a ver la última, “Prométeme”, donde al tío ya se le ha ido la olla): la familia en pleno con matriarca incluida que ni papa de español, niño correteando entre las mesas tirando ceniceros y teteras y arrastrando taburetes, comiendo tarta casera, fumando shishas (no, joder, el niño no), adolescente buenaza que sale a bailar la danza del vientre, adolescentes en otra mesa fumando shishas pero nada de alcohol (aunque alguno tenía cara de haber fumado algo más), que eran compañeros de clase de la que bailaba, por supuesto. En esto que acaba la danza del vientre y ¡zas! sevillana al canto... Sevillana al canto y al baile otra morenaza... Y el querubín correteando por ahí... Y todos aplaudiendo al ritmo de la música. Acaba la sevillana y otra danza del vientre; acaba ésta y otra sevillana, y así durante tres cuartos de hora, y aplausos y bongos... En fin, que faltaban los Kalashnikov disparando ráfagas al techo.

Salimos de allí con la cabeza como un bombo, pero felices de ver divertirse a estas gentes. Dimos un paseo y cogimos el metro para volver a casa.

Pero hete aquí que Azucena debía viajar hasta Manzanares, a la sierra, y el último autobús salía a la 1:00... Eran las 0:35, metro Tirso de Molina... “¿Llegaré? ¿No llegaré? ¿Me vuelvo a casa de Estela?”. Al final, en un impulso de magnanimidad y desprendimiento, me ofrecí a llevarla en coche. En qué hora. Salimos de Estrecho a la una y poco, empezó a chispear y cuando llegamos a Sinesio Delgado, esto es, a cosa de un kilómetro, parecía que estuviese diluviando. El diluvio nos acompañó hasta Manzanares. El parabrisas a toda velocidad no daba a basto para quitar el agua, los coches, por la carretera de Colmenar, se refugiaban en las gasolineras, nosotros y otro por delante eran los únicos gilipollas que rodaban bajo el agua. Por si esto fuera poco, cada cierto tiempo el cielo se iluminaba en un flasazo blanquiazul, pero la lluvia era tan fuerte que nos impedía oir el ruido del trueno. A medida que nos acercábamos a la sierra nos adentrábamos en el ojo de la tormenta y veíamos caer los rayos, lejos sí, pero por un lado, por otro, por el frente, ¡por Tutatis, el cielo se está cayendo sobre nuestras cabezas! Azucena alucinaba, pero yo estaba, literalmente acojonado, es decir, sin cojones, pues a cada relámpago se escondían más arriba produciéndome dolor de tripas, de estómago, no sé; a cada relámpago mis brazos temblaban haciendo dar al coche pequeños vaivenes. No recuerdo haber pasado tanto miedo en toda mi vida (salvo alguna vez en alguna altura por el monte). Afortunadamente no me entró el pánico, aunque tampoco es que me hiciese el machote delante de la chica; pero de no haber estado ella allí, me hubiera refugiado en alguna de las gasolineras. Según ella dentro de un coche no te puede caer un rayo, según mi padre, tampoco y según mi hermano, que es profe de ciencias, el coche actúa de “Caja de Faraday”.

Leyendo sobre el asunto, resulta que el bueno de Faraday descubrió que si a un cuerpo le recubres de metal las cargas eléctricas del mismo, aunque pocas, se distribuyen por esta superficie y al ser de distinto signo, positivas y negativas, se neutralizan constituyendo un escudo frente a descargas externas... Más o menos. ¡Cojonudo! Pero saberlo no quita el miedo.

En fin, una tarde de sábado completita.

martes, 14 de octubre de 2008




Lugares surrealistas I



“This is sssssurrealismmmm”, que decía Dalí. Pues así me he sentido yo este fin de semana: dentro de un cuadro surrealista.

Todo comenzó el viernes por la tarde cuando llamé a Tere para invitarla a un concierto de música etno-electrónica en el Barrio del Pilar. Me cogió el teléfono para decirme que estaba ocupada trabajando, que enseguida me llamaba... tic, tac... tic, tac... Tras una hora de espera Tere seguía sin llamar. ¿Qué hacer? ¿Llamo a otra gente y después le digo que... “ahhhh, se siente”? Un poco feo, ¿no? Bueno, pues al final me llama: ya había quedado, pero me permite sumarme al plan: cervecitas, tapeo y alguna copilla por Alcorcón. Entonces, nada más colgar me empiezan a llamar uno tras otra, amigos y amigas, para ya no me acuerdo el qué, de modo que casi llego tarde a buscar a Tere. Casi otra hora hablando por teléfono... Claro, para muchas de vosotras esto no es nada, pero yo es que soy incapaz de pasarme tanto tiempo con el móvil en la oreja; se me pone colorada... Las dos, porque me lo voy cambiando de una a otra.

Bien, las cervezas y el tapeo no tuvieron incidencias, salvo una tosta de huevos fritos... ¿A quién se le ocurre inventar semejante idiotez? El huevo siempre debe estar encima del plato y el pan dentro de la yema, a menos que ya te la hayas comido, entonces puedes poner el huevo encima. Lo contrario supone que o te pones tibio con toda la barbilla chorreando yema o la pierdes sobre el plato... Claro, que esto tampoco hubiera sido un problema, pues con algo de pan sobrante se puede rebañar y pa la buchaca; sin embargo a los de la Cruz Blanca, que así se llamaba el bar (sí, la cadena comercial), se les ocurrió poner una servilleta entre el pan y el plato, con lo cual ésta absorbió todo el néctar amarillo.

Después fuimos al típico garito atestado de gente y luego al mega-fashion “Murano Lounge Bar” (podéis buscarlo en internete), todo luz y metacrilato, aunque de “lounge´” no tenía nada, si por tal entendemos un universo para disfrutar de ambiente y música suaves. Lo primero que observé fueron unas piernas de mujer en el piso de arriba a través de la mampara de cristal, llevaba minifalda y se le veían las bragas de leopardo... Groooaaaarrrrggg... Aunque un poco quieta estaba la muchacha: era una muñeca hinchable; mal asunto, olía a despedida de soltero. Subimos arriba, al lugar donde los humos del tabaco tienden a subir. De repente, alguien me tira de la cazadora por detrás; sí, mi cazadora de cuero negro, 19 años en compañía, un poco maltrecha ya, quizá poco adecuada al glamour del garito. Me vuelvo y me encuentro con dos armarios en estado etílico, uno de ellos se estaba burlando de mi cazadora; al verme la cara intenta quitarle hierro al asunto, intenta darme la mano, pero se la niego, la desprecio y me vuelvo con mis amigos. La paranoia estaba servida: empiezo a vigilar los movimientos de los dos sujetos, sus caras... Veo que conocen a mucha gente en el lugar, gente que tiene... la misma cara. No, no era un baile de máscaras. Las mujeres no, pero los tíos tenían todos la misma cara de garrulos lisérgicos; sin embargo las diferencias eran suficientes como para afirmar que no se trataba de una única familia, sino de una etnia específica bastante integrada en la sociedad post-industrial de Alcorcón.

Tras comentarlo con mis amigos llegamos a una doble conclusión: o bien se trataba de auténticos alcornoqueños, descientes de los primeros pobladores de Alcorcón, a la sazón zona rural, o bien se trataba de descendientes de emigrantes extremeños venidos a la ciudad durante la expansión industrial. En fin, que tenían cara de “más bruto q’un arao”. Todo lo cual disminuía en mucho el glamour del sitio.

Ojo, no se me mosquee el personal. Ante todo, vaya por detrás mi respeto a la gente de pueblo, que yo también lo soy: desciendo de Gredos (como las cabras), de la Alcarria (como las abejas), de Úbeda (como el aceite) y de Ciudad Real (como... ¿qué hay de típico en Ciudad Real? De hecho ni siquiera sé el nombre del pueblo de mi abuelo... He perdido mis raíces, una rama de mis antepasados; qué desastre). Pero al menos no tengo la cara de garrulos que tenían los del otro día, que parecía que en cualquier momento te iban a sacar a hostias para tirarte al pilón... Cosa que también tiene su trasunto posmoderno en las fuentes que colocan los alcaldes en todas y cada una de las glorietas que, cual chinchetas, clavan en las intersecciones de las calles.

En fin, curioso sitio, Alcorcón. Lo bueno que tiene es que a esos mismos alcaldes a veces se les va la olla y te traen a gentes como Mago de Oz, Jethro Tull, Gwendall, etc., engañados, por supuesto, por el concejal de cultura del momento o por el sobrino de éste... “Voy a hacerle un regalito al niño, hombre” (el niño que ya no cumple los cuarenta, pero que aún sigue en casa por aquello de la crisis y por haber discutido sus padres con su tío y no haber podido participar del reparto urbanístico). Sí. A los dos últimos grupos los vi durante las fiestas de este año. Otro sujeto curioso el Ian Anderson (consultad su vida en la wikipedia), aunque su música es más propia del garito Lounge que de un concierto de rock.

(Continuará)





Zanjas profundas en tu mente
Zanjas profundas en tu mundo
Zanjas que nos separan
Zanjas que nos escinden
Zanjas en las que caemos
a veces sin poder salir
___________________________