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miércoles, 18 de febrero de 2009




"Ciudad de Cristal", de Paul Auster

"Ciudad de Cristal" es un relato de unas 150 páginas recopilado en la "Trilogía de Nueva York". Podría incluirse dentro del género de la novela negra al igual que "Fantasmas", el segundo relato de la trilogía, sin embargo carece del desenlace propio de las novelas del género; es más, podría clasificarse dentro de lo que alguna vez se ha denominado "libro-enigma" o "novela-enigma".

Dentro de esta categoría ya clasifiqué a la novela de Murakami, "Kafka en la orilla", aunque son bastante diferentes. Podrían distinguirse dos tipos de enigma y establecerse, así, dos subcategorías distintas: el enigma puramente dramático o literario y el enigma semántico o simbólico. El primero haría referencia al desarrollo y/o desenlace de la novela; en ella no se sabría muy bien qué está pasando, el final queda abierto, etc. Bien es cierto que el enigma referente al desarrollo de la acción está muy relacionado con el otro tipo de enigma, el simbólico: qué es lo que late en el fondo del relato, qué estructuras simbólicas la cruzan, qué nos quiere decir o enseñar el autor, etc.

La novela-enigma tiene la facultad de dejarnos
pensando, durante un tiempo después de haberla leído, acerca de eso que estaba ocurriendo o de ese supuesto "mensaje oculto". En este aspecto la novela-enigma es lo contrario de la novela negra, al menos de la novela negra clásica, donde tenemos una trama, más o menos enrevesada, y un desenlace claro.

Así pues, después de leer "Ciudad de Cristal" y pensar sobre ella durante un tiempo creo que se trata de una fábula sobre la fragilidad humana: la condición humana es tan frágil como el cristal, se puede romper con un golpecito, a veces, incluso, con un simple cambio de temperatura. De los tres personajes principales uno ya está roto desde el comienzo, lo rompió su padre al poco de nacer; éste también acaba rompiéndose, así como el detective que lo vigila, aunque no se sepa muy bien las causas de estas fracturas. Podría considerarse que el padre ya estaba roto desde el principio: estaba loco, tanto como para experimentar con su hijo. Lo que sí se hace bien en el relato es contextualizar esta locura, esta fractura con la realidad... Contextualizarla y hasta cierto punto relativizarla, si bien dicha relativización se realiza a través de la comparación con El Quijote, paradigma del cuestionamiento de la irracionalidad.

...Tan frágiles como el cristal. No obstante, las alusiones al mismo no son evidentes, ni siquiera de un modo oblicuo, como en "Fantasmas", donde el detective vigila a una persona a través de las ventanas. Auster, en este relato, es mucho más sutil: toda la historia se concibe como un juego de espejos y de cristales, donde abundan los reflejos distorsionados y las falsas transparencias: Quinn, el personaje central, es un escritor que ha perdido a su mujer y su hijo en un accidente de tráfico, tras lo cual se dedica a escribir una serie de novelas policiacas donde el detective es siempre William Wilson, un alter-ego del propio escritor. Tras una equivocación telefónica Quinn se hace pasar por detective privado intentando emular al personaje de su propia creación (primer espejo deformado). En esa llamada telefónica se preguntaba por el detective Paul Auster (segundo espejo, en el que se refleja o establece un paralelismo entre la situación de Quinn, personaje de ficción y el Paul Auster verdadero). Tal detective no existe, el único Auster que aparece en la guía telefónica (en el relato, por supuesto) es un escritor (nuevo espejo en el que se refleja el Auster real. El cuarto espejo o cristal enfrenta a Auster con el narrador, que en el relato es otro escritor amigo del Auster de ficción. Un nuevo espejo logra cerrar este sistema especular: la historia que escribe es en una reconstrucción de las memorias y especulaciones de Quinn. Este juego de espejos también se utiliza en las reflexiones que sobre el Quijote le transmite Auster a Quinn: Cervantes convertido en personaje de su propia novela recibiendo, para traducirlo, el Quijote de manos de un moro en el mercado de Toledo; la posibilidad de que el moro fuera el mismo Don Quijote que habría escrito sus memorias; los disfraces y tretas de los amigos de Don Quijote para hacerle regresar...

Quizá todo esto no sea sino una metáfora de todos aquellos disfraces que adoptamos a lo largo del día, a lo largo de nuestra vida y que, sin terminar de ser nosotros (puesto que cada uno es más de lo que muestra al exterior) también forman parte nuestra: son espejos que solo reflejan ciertas zonas o aspectos de nuestra persona, dejando en la sombra las demás. Cuando una de estas zonas permanece mucho tiempo iluminada, ocultando a las otras corremos el peligro de caer en la zanja.










domingo, 1 de febrero de 2009




Bret Easton Ellis y “Lunar Park”

No sé qué me ocurrió primero, si la fallida lectura de “Menos que cero” (la primera novela de Ellis) o la bastante aceptable y recomendable adaptación cinematográfica de “American Psycho”. Creo que la lectura, porque no me quedaron más ganas de saber de Ellis. Menudo tostón: hay pocos libros que haya dejado a la mitad, entre ellos “Kaputt”, de Malaparte, y “El Quijote”; pero de estos al menos pasé de las 100 páginas, cosa que no ocurrió con “Menos que cero”: fiesta, sexo y drogas. Puede que me precipitase al dejar de leerlo, puede que le dé una segunda oportunidad, aunque me parece que también está adaptada al cine, de modo que quizá me la baje con la mula y me ahorre su lectura... Y es que hay veces que para lo que tiene que contarte un libro, mejor ves la peli.

¿Por qué debería darle una segunda oportunidad? Porque después de aquel episodio de lectura, y animado por mi amigo Snorforld, vi (vimos) “American Psycho”, las aventuras criminales de un psicópata en los USA que, al margen de la sangrienta historia o historieta, intenta reflejar ciertos aspectos del estilo de vida norteamericano (y occidental en general) y sus consecuencias: la vida de los altos ejecutivos basada en la apariencia y el éxito profesional, individualista, que lleva a una anomia social donde nadie conoce a nadie, nadie se moja por nadie y, en este erial, los crímenes quedan impunes, una auténtica zanja profunda.

La película, entre otras cosas, me sirvió para tener un poco más en consideración a Ellis, aunque no sé si alguna vez tendré ánimos para leerme el libro. Esa consideración hizo que me lanzara a leer “Lunar Park” cuando Snorforld me lo regaló... En realidad fue más debido a la consideración que tengo por Snorforld y a la amistad que nos une, aunque en gustos literarios y cinematográficos coincidamos más bien poco.

Pues bien, “Lunar Park” es sorprendente, a pesar de algunos defectillos. En primer lugar sorprende que Ellis haya cambiado de registro, si bien es cierto que no del todo: de la cruda exposición de los hechos ha pasado a una posición más intimista, más interior, ha profundizado un poco más en el personaje central, quizá porque sea él mismo, con nombre y apellidos. Esta circunstancia, este carácter autobiográfico, permite pasar las primeras 50 páginas, páginas dedicadas al éxito, fiesta, sexo y drogas, aunque más tarde te das cuenta de que quizá no sea tan autobiográfico, sino que aparente serlo.

Para entonces, sin embargo, la historia nos ha enganchado, habremos entrado en la segunda parte del libro, caracterizada por una ácida crítica al estilo de vida de la clase media-alta norteamericana que vive en lujosas urbanizaciones a las afueras de las ciudades, que viste de marca, conduce grandes todoterrenos o fabulosos deportivos, lleva a sus hijos a colegios caros, les atiborra a pastillas para que no den guerra y vota a los demócratas. Un estilo de vida también basado en la apariencia, que puede desmoronarse con una violenta ráfaga de viento, un viento que puede venir desde cualquier parte, incluso de lo más profundo de nosotros mismos. Bret Easton Ellis es un escritor de éxito, casado con una guapa actriz, padre de un niño y padrastro de una niña, siempre acompañado de una fétida brisa que amenaza convertirse en huracán, el viento de su pasado que hincha sus velas y le lanza hacia delante sin poder manejar el timón, quizá porque nunca quiso manejarlo del todo, quizá porque nunca quiso crecer del todo.

En este sentido, “Lunar Park” guarda cierta relación con el último libro que comenté, “Kafka en la orilla”, acerca de la identidad personal, pues se trata, si no de una búsqueda, si al menos de un encuentro, de una vuelta de las identidades pasadas del personaje, y ello en la medida en que éste no desea abandonar su identidad actual para convertirse en otra persona, en un padre de familia responsable de esa clase media-alta; quiere seguir siempre joven, de fiesta en fiesta, drogándose y teniendo aventuras con jovencitas y jovencitos. Va posponiendo el momento de la asunción de responsabilidades hasta que las circunstancias le obligan a asumirlas.

A lo largo de esta parte, la historia va adquiriendo un carácter cada vez más delirante, con personajes salidos de las propias novelas de Ellis, monstruos y fenómenos extraños, de manera que se asemeja también al juego entre locura y realidad de “Kafka en la orilla”. De hecho, al estar narrado en primera persona, todo hace pensar que el personaje de la historia se está volviendo loco y las expectativas del lector se centran en cómo acabará con esa locura o si la locura acabará con él. El ritmo de la narración también se hace más rápido, de acuerdo con los acontecimientos; podría decirse que Ellis experimenta con varios registros literarios y el experimento resulta bastante aceptable.

Bastante aceptable... Hasta el capítulo del exorcismo. A partir de aquí (tercera parte del libro) casi todo lo que sucede en la historia puede ser obviado. Al implicar a más personajes en los acontecimientos que le suceden, la posibilidad de que nuestro personaje estuviese volviéndose loco queda desechada y la novela se convierte en un mal sucedáneo de novela de terror que no llega a la suela de Lovecraft o Stephen King. La novela podría haber acabado con el personaje tras las verjas del psiquiátrico, a tres metros bajo tierra, o simplemente manteniéndonos en la incógnita de qué era lo que verdaderamente le ocurría. Es más, la cagada es mayor en esta parte en la medida en que se dedica a explicar ciertos simbolismos presentes en las otras dos (la manifestación de los demonios interiores), como si de una novela de misterio o de crítica literaria se tratase. Es decir, que en esta parte se dedica a destrozar todo lo que había construido anteriormente y que prometía una buena e intrigante historia.

En fin, simplemente, el tono crítico, irónico y ácido de las dos primeras partes no encaja con el tono de la tercera, salvo con las últimas y poéticas páginas en las que se advierte un arrepentimiento del personaje respecto de su vida pasada.

No digo, sin embargo, que de esta obra no pueda salir una buena adaptación cinematográfica; todo es cuestión de esperar, que ya se está rodando. Para la que no tendremos que esperar tanto es para ver “The Informers”, basada en relatos cortos de Ellis, aquí os dejo el trailer y la reseña hecha por Javier Garrón en “Extracine”:



Amigos de la polémica, aquí tenéis el controvertido tráiler, lleno de pechámenes y choteras, de una de las películas que más va a dar que hablar en la primera mitad del año. Estamos hablando de The Informers, la adaptación a la gran pantalla de la novela homónima de Bret Easton Ellis, autor de American Psycho, y que supone una nueva disección ácida, sórdida y sin anestesia de la sociedad del famoseo, caspa y consumismo fácil en los Estados Unidos ochenteros. Muchas hombreras, música electrónica chunga, pelados imposibles y brillantina, sí.

Dirigida por el australiano Gregor Jordan, quien no había destacado especialmente por sus anteriores trabajos aparte de por los repartos que juntaba, producida por el alemán Marco Webber (quien está adquiriendo un protagonismo en los carteles cercano al de Jerry Bruckheimer, lo tiene un poco creído, sí), con libreto a cargo del propio Easton Ellis y un plantel de actores que, sí, quita el hipo: Mickey Rourke, Kim Basinger, Winona Ryder, Billy Bob Thornton, Brad Renfro en su última actuación y Amber Heard, de quien se dice no tiene un sólo plano en el film que no sea en topless.

En Los Ángeles de principios de los 80, un amplio plantel humano que va desde agentes de Hollywood y estrellas del rock en decadencia a un botones voyeur o un convicto amoral, pasando por el grupo típico en las historias de Ellis (grupo de jóvenes lánguidos y rubios que duermen durante el día y se pasan la noche de fiesta en fiesta, mezclando drogas y sexo como el que mezcla cocacola y regaliz), las distintas historias aparentemente inconexas se mezclan formando un tapiz humano de decadencia y lujo.






Zanjas profundas en tu mente
Zanjas profundas en tu mundo
Zanjas que nos separan
Zanjas que nos escinden
Zanjas en las que caemos
a veces sin poder salir
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