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jueves, 5 de enero de 2012




Como perros y gatos... O como dueños





Llevo una semana de vacaciones. Hacía tiempo que no me pasaba mañanas enteras en casa, incluso tardes, de modo que no conocía las costumbres de mis vecinos, las cuales, por cierto, me interesan muy poco, salvo en lo que tocan a ruidos, olores, etc.

Pues bien, resulta que mis vecinos de arriba tienen un perro, el típico perro pequeñajo (como el de la foto) que cuando te ve se envalentona y te ladra haciendo amago, además, de morderte la pernera; el típico perro ñoño que se tira las horas muertas aullando y ladrando cuando sus dueños le dejan solo en casa. Ante esta situación uno nunca sabe contra quién dirigir su ira, si contra el puto perro (ñoño hasta decir basta) o contra los dueños, primero por ser tan tontos como para tener un perro tan ñoño y luego por ser tan cabrones de dejarle solo con lo ñoño que es.

Y es que yo me pregunto para qué querría un perro faldero de esos si no es para ir por la calle con él: ¿para tenerlo exclusivamente en casa? Para eso podría tener mejor un gato, como de hecho tenemos nosotros, aunque nuestro gato unas veces está y otras no, unas veces vuelve con heridas y otras con presas (murciélagos, lagartijas y conejos del vecino)... Sí, mi gato es un gato asesino (y eso que le falta un colmillo). Claro que la gente ñoña prefiere tener un perrito que le haga ñoñerías y que quiera estar todo el día encima tuyo... Bueno, eso también le pasa a mi gato, también quiere estar encima tuyo (no siempre, ciertamente). Sin embargo, cuando apartas a mi gato de tu lado (de un manotazo o lanzándolo dos metros por encima tuyo) no se pone ñoño y viene gimiéndote para que le hagas caso, no; él se indigna y te da la espalda mirando hacia otro lado, como si no quisiera saber nada de ti. Vale que el animalillo tiene poca memoria y al cabo del rato ya está otra vez encima, pero sin ñoñerías y, sobre todo, sin ruidos, sin ladriditos ni maullidos.

Un gato es un bicho muy independiente, pero un perro es otra cosa; serán muy inteligentes, pero son muy pesados y tienes que estar muy pendientes de ellos, sobre todo para sacarlos a mear y cagar. Yo jamás tendría un perro si no tuviera una buena parcela donde el bicho pudiera campar a sus anchas y, por supuesto, hacer sus necesidades sin mi ayuda. No os imagináis como está el jardincillo de enfrente de nuestra casa de las mierdas de perro de los cabrones de los vecinos (no sólo los de encima), ¿por qué? Porque les cuesta mucho irse un par de kilómetros al campo a que el perrito se airee.

Sí, lo siento, soy un poco nietzscheano en este aspecto, considero que los perritos falderos deberían extinguirse... ¿No habéis leído "La peste roja", de Jack London? Pues tiene una interesante reflexión sobre las razas de perros que sobrevivirían ante una hipotética extinción de la humanidad. Desde luego los perritos ñoños serían los primeros en caer, caer en las fauces de sus congéneres más grandes. Los siguientes en caer serían los grandes perracos a los que les cuesta mover sus carnes o sus cabezas (San Bernardos, mastines, bulldogs...). Después caerían los perros de raza, que de tan tontos y subnormales que son por haberse cruzado entre ellos durante generaciones, serían incapaces de encontrar alimento, por muy fieros que sean. Al final sólo quedarían los chuchos de mediano tamaño, rápidos e inteligentes, y las razas de presa, claro.

No obstante, cometeríamos una falacia argumental si de una aberración evolutiva extrayésemos la conclusión de que deberíamos eliminarla: del ser no se deriva el deber ser. Simplemente considero que deberíamos eliminarlas por que no me gustan los perros ñoños... Claro que eso tampoco supone el que hayamos de convertir a los pobres chuchines en pienso para sus compañeros mayores; bastaría simplemente con impedir su reproducción y que se extinguieran...
Al igual, por cierto, que los gatos sin pelo, otra aberración de la cría selectiva de animales.

Claro que... Antes que extinguir a los perritos falderos habría que hacerlo con los perros chungos y, sobre todo, con sus dueños. La verdad que ya no sé si son los animales los que terminan pareciéndose a los dueños o viceversa, como el ladrón de "Un pez llamado Wanda". Supongo que habrá de todo, no obstante si un perro se comporta agresivamente es porque así le han enseñado, y si se va cagando por las aceras o por los jardines de enfrente de tu casa es porque el dueño es un cerdo... Un puto cerdo que no recoge sus mierdas. Ummhh... Me dice Gema que haber dónde pienso que hace nuestro gato sus necesidades.





Por supuesto luego están las viejecitas que dejan la comida a los gatos callejeros, de modo que, cuando pasas por el lugar en cuestión, huele a meados de gato que echa para atrás. En teoría donde hay gatos no debería haber ratones... Ratones, no ratas, ya que hay ratas tan grandes como los gatos y que, además, se les comen la comida bajo la mirada de estos, que esperan a que acaben.




La verdad es que o tienes una limpieza excesiva o cuando se juntan varios animales el lugar huele fatal; así ocurre en la Ciudad Escolar (Carretera de Colmenar) donde hay una infinidad de gatos (al margen de la granja escuela con sus ovejas, borriquito, cabras, etc.).




A las viejecitas no haría falta exterminarlas, ya que para lo poco que les queda... Luego están los  tipos raros que tienen bichejos como hurones, monos tití y cosas así. Pero bueno, aquí de lo que quería hablar era de la diferencia entre perros y gatos como animales de compañía. Y la diferencia básica es, precisamente, el tipo de compañía: un perro es para acompañarte fuera de casa, un gato para acompañarte dentro de ella. Y cuando sacas al gato fuera de su territorio le dan las siete cosas: ayer tuvimos que llevarle al veterinario porque tenía un ojo cerrado y una oreja supurante (y sin quejarse, eh), para lo cual necesitas la gatera y unos buenos guantes con los que evitar los arañazos. El veterinario, por cierto, era un poco huevón, ya que era incapaz de hacerse con él.







En fin, no sé qué más contar, espero que vosotros, amantes de los perros y bichos ñoños en general no me retiréis el saludo en represalia por estos prontos eugenésicos que me dan.

miércoles, 4 de enero de 2012




El tiempo no es oro






No, no lo es, en contra de lo que nos quieren hacer creer los guionistas de la película "In Time". Algunas críticas hablan de esta película diciendo que, a pesar de partir de una buena idea, degenera en una mera película de persecuciones con chico, chica y malo de por medio.

La susodicha idea es, en líneas generales, que en un futuro no muy lejano la medicina ha avanzado lo suficiente como para evitar el envejecimiento, es decir, como para hacernos inmortales. Sin embargo, como eso de la eternidad iba a resultar un tanto aburrido, siempre con lo mismo, siempre con lo mismo (...) algún iluminado decidió dotar a cada humano de un reloj fosforito en el brazo izquierdo. Ese reloj marca el tiempo de vida que le queda a cada individuo, useasé que va descontándose. Sin embargo se puede conseguir tiempo extra, como en los videojuegos; ¿cómo? pues a través de la muñeca derecha; ¿de dónde? de la muñeca derecha de otra persona o de maquinitas dispensadoras de tiempo. Con estas premisas se construye todo un sistema económico, pues el tiempo se utiliza como moneda de cambio.

Esta idea de partida, curiosa, dota de un sentido completamente nuevo, a veces gracioso, a veces trágico, a frases como "no tengo tiempo que perder", "dame tiempo" o "¿tienes un minuto?" Pues es vida y dinero de aquello de lo que se está hablando.

La crítica que sostenemos contra la idea es que ésta ni siquiera es una buena idea, pues económicamente resulta inviable, aunque aparentemente resulte plausible, ideologizados, como estamos, por la vertiente financiera de la economía donde el dinero consiste en cifras que pasan de un sitio a otro constituyendo lo que se denomina flujos de capital. Es más, al igual que en la película, en la que los individuos mueren cuando el reloj les llega a cero, nuestra cuenta también puede llegar a cero y, quizá un poco más tarde, terminar muriendo nosotros.

La diferencia entre nuestra cuenta bancaria y el reloj de los habitantes del gueto de Dayton es que mientras que nuestras cifras van pasando a otras cuentas, las suyas se van perdiendo, desapareciendo en la nada. Curiosa propiedad de esa fantástica moneda: el tiempo.

Que nadie pretenda realizar un análisis de la película en términos económicos marxistas, pues las premisas de las que se parten son, precisamente, opuestas a las de Marx y, en general, a toda la Economía clásica. Y es que, según la Economía clásica, una de las propiedades más apreciadas de los elementos usados como moneda era, precisamente, su carácter no perecedero.

Cuando surgen los Estados y estos empiezan a acuñar monedas lo que necesitan es un elemento no perecedero y no consumible para controlar las cantidades que se emiten. En un momento muy posterior de la historia aparece el papel moneda, un papel que, aunque resistente, sí es perecedero y fácilmente destructible, pero para entonces los bancos centrales ya tenían métodos estadísticos para saber cuánto papel moneda desaparecía por unidad de tiempo. Muy posteriormente aparece el dinero electrónico, el que todos usamos hoy. Y sabemos que ese dinero va y viene pero no desaparece... Salvo en las pesadillas holywoodienses donde a algún sujeto bien situado y bien parecido le quitan su identidad y sus cuentas corrientes, o sea, le convierten en un cadáver andante, un zombi moderno.

El problema de una moneda que se consume o desaparece paulatinamente es que se revaloriza con relación a los demás productos: si antes con un euro se compraba un café, tras la revalorización se puede comprar dos. Lo cual supondría una devaluación de los productos, aunque esto, al ser igual para todos los productos no debería constituir un problema; el verdadero problema es que hay menos moneda para realizar las transacciones comerciales, es decir, falta de liquidez. Si a eso le añadimos el problema del crédito para la buena marcha de la economía, resulta que el crédito se reduciría. ¿Nos suena esto de algo? Aunque el problema actual no es que no haya dinero; es que los bancos no lo sueltan. Que se lo pregunten a los lorquinos, que después del terremoto los bancos no les dan los créditos que aprobó el Consorcio de Seguros.

Si la moneda desaparecía el banco central la reponía. En "In Time" la moneda desaparece, pero ¿quién la repone? Nadie, al menos no aparece en la película. Existen flujos de tiempo de las zonas ricas a las pobres. Pero, ¿de dónde sacan el tiempo las clases ricas? ¿lo poseen desde siempre? Los magnates consiguen el tiempo gracias a sus negocios. Podrán ser más o menos rácanos al pagar a los trabajadores, pero ese tiempo con el que pagan les pagan procederá de la venta de los productos que fabrican. Esas ventas se realizarán, fundamentalmente, en las zonas ricas, porque un trabajador del gueto que produzca una camisa, pongamos que en media hora, recibirá un salario de al menos la media hora consumida (para seguir vivo y trabajando durante media hora más) más un plus que gastará (como moneda) en las necesidades básicas (comida, alojamiento, ropa...), más otro plus que gastará (como tiempo de vida) en la satisfacción de dichas necesidades. Este monto de tiempo son los costes de producción de la camisa, con lo cual el trabajador del gueto no puede llegar a comprarla porque al menos el tiempo consumido en su propia vida ya lo habría gastado. Es sólo el plus que se le paga para cubrir sus necesidades aquello con lo que podría comprar otras cosas, pero sólo si el plus fuera superior a lo que cuestan los productos básicos. Ahora bien, ¿quién produce estos productos para que puedan salir tan baratos? ¿Máquinas? ¿Esclavos? Incluso los esclavos necesitan tiempo ¿Esclavos a los que nada se les paga y mueren en la cadena de montaje? Nada de esto aparece en la película. En cualquier caso nunca podría un trabajador llegar a comprarse algo producido por él mismo.

Para ser honestos, esto también lo decía Marx, pues sostenía que a los obreros siempre se les pagaba en el nivel de subsistencia y que esto era posible debido a que el ser humano es capaz de producir por encima del valor de los productos de subsistencia. Para Marx el valor de las cosas consiste en el tiempo medio (a nivel social) que cuesta producirlas, de modo que si los productos de subsistencia que un trabajador necesita para pasar un día cuestan tres horas de trabajo, él es capaz de producir durante diez horas; la diferencia es lo que se conoce por plusvalía. Lo mínimo que el empresario podría (en este caso) pagar al trabajador serían tres horas, lo máximo diez (en cuyo caso no obtendría beneficio). El empresario podría intentar vender las cosas por encima de su valor, pero debido a la competencia las cosas tienden a venderse por ese valor. Así pues, el beneficio que obtiene el empresario está en función de la plusvalía que se apropie. Según los marxistas el Estado del Bienestar consistiría en ir arañando al Capital la plusvalía de la que se apropia; el actual retroceso es la recuperación de terreno por parte del Capital.

[Al margen: según George Bataille la capacidad de generar plusvalía del trabajador se debe a que no se tienen en cuenta los tiempos de trabajo de los organismos animales y vegetales. Si se tuvieran en cuenta se vería que en realidad el saldo es negativo: en términos energéticos consumimos mucho más de lo que producimos, lo cual es lógico, pues en el proceso de producción se gasta energía en forma de calor cedido al ambiente. ]

Sin embargo, todo esto, de ser así, lo sería porque el tiempo aún siendo la magnitud del valor no es la moneda misma. La moneda sería el oro, por ejemplo, que rodaría de mano en mano sin que, por ello, perdiera valor. Pongámonos en una hipótesis, similar a la de la película, en la que el tiempo es un bien escaso pero no es la moneda misma, es decir, que podría utilizarse la moneda para comprar tiempo y alargar la vida de las personas.  ¿Soluciona esto el problema que teníamos? La moneda no se desgasta, es siempre la misma y siempre está en circulación, con lo cual se solucionan los problemas monetarios (falta de liqidez, deflación...). Pero no se soluciona el problema de fondo, que es el del valor de las cosas.

¿Cuánto apreciamos nuestro tiempo de vida? Probablemente la respuesta a esta pregunta esté en función de la inminencia de nuestra muerte: cuanto más cerca veamos a la parca más valor daremos al tiempo. Pero dar valor al tiempo supone, en primer lugar, aprovecharlo para hacer cosas verdaderamente importantes para nosotros; de modo que, si trabajásemos para ganar más tiempo de vida (tiempo inminente, no por ejemplo a cuatro años vista), al menos deberían pagarnos para conseguir el tiempo de trabajo del día siguiente, medios de vida para aguantar dicho día y un tiempo extra para descansar, consumir esos medios, etc (sin ese tiempo extra el ser humano no se distinguiría de una máquina en la cadena de montaje; incluso los esclavos tenían tiempo libre). Pero entonces estaríamos en la misma situación que en el caso anterior en el que el tiempo mismo es la moneda.

Así pues, al margen de que "In Time" nos presente una metáfora distópica del capitalismo financiero en el que la lucha por la vida es "a contra reloj", también nos ofrece un interesante material sobre el que reflexionar desde la perspectiva económica, una perspectiva que nunca podrá ser pura, sino que se encuentra íntimamente entrelazada con la política.





Zanjas profundas en tu mente
Zanjas profundas en tu mundo
Zanjas que nos separan
Zanjas que nos escinden
Zanjas en las que caemos
a veces sin poder salir
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