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lunes, 17 de septiembre de 2012




Turcos






Ha venido la nueva Margaret Thatcher Teutónica y se nos ha olvidado preguntarle a doña Angela si quedan puestos de barrendero, limpiador, o mozo de cuerda en su país, que hay muchos universitarios en paro que ven todas las semanas Españoles por el Mundo. 





Parece que Alemania se ha convertido en la Nueva Tierra de Promisión a la que exiliarnos en busca de la quimera del trabajo fijo y remunerado...Pocos te cuentan que Alemania no es un país de vida fácil, especialmente para nosotros, españolitos de a pie, malacostumbrados a hacer lo que nos da la gana como estamos a cualquier hora del día o de la noche... Allí existen las normas, reglas que encorsetan protectivamente la existencia de los nativos de aquellos que no lo somos y que lógicamente no conocemos, aunque esto no nos exima de cumplir con ellas... Luego está la cuestión del idioma, nada baladí, porque si en España el inglés se enseña como se enseña, imagínate el alemán: Meine Schneider ist Rich und meine Mutter ist in das Bunker... Todos los días llegan a mi correo decenas, no exagero, decenas, de ofertas de empleo italianas en las que se exige alemán. Curiosamente el inglés no se pide en ninguna...se da por descontado. Y es que aquí el alemán es segunda lengua oficial en los territorios del Trentino,por temas históricos y de reparto de tierras. No obstante eso, no es muy estudiado. Seguramente porque los italianos no necesitan emigrar a Alemania para encontrar curro, como nosotros. Pocos te dirán también, que las profesiones que buscan son sobre todo de ingenieros y arquitectos. Y seguramente muchos de esos puestos se queden sin cubrir por diversas razones : exigencias de perfiles superelevados, el hecho de que siendo ingeniero encuentres curro en cualquier sitio, aunque sea mal pagado, el escaso atractivo que suele tener Alemania como país de ocio, en un país como Españistán, donde eso es importante, porque desgraciadamente allí todos estamos ociosos de modo forzoso, el tirón de la familia y los amigos, que en Spain son todavía valores importantes que nos ayudan a sobrellevar, por ejemplo, dicho "ocio  forzoso" , que mencionaba antes, estimo y creo que pueden ser algunas de las causas de las vacantes que apuntaba... Pero las empresas alemanas hacen bien en pedir la luna, porque siempre algo seguro que encontrarán. 





Los que no somos ingenieros, gracias al rajá Rajoy y compañía, vamos a hacer el turco a Alemania: somos morenos, bajitos, hablamos a voces, nos juntamos entre nosotros, no hablamos el idioma del país, comemos ajos y cebollas, tenemos fama de impuntuales y vagos, cuando en realidad lo que sucede es que no trabajamos porque no hay dónde, y venimos de un viejo imperio islámico peninsular empobrecido. Queda la cuestión religiosa, pero frota bien a un español, y te acabará saliendo, junto con la portera, ese moro muza que todos llevamos dentro. 





Lo dicho, turcos.





jueves, 13 de septiembre de 2012




La sopa boba

Recuerdo, siempre con una sonrisa en los labios, como el Joker de Batman, de mis tiempos de estudiante en la UAM, no tan lejanos en el tiempo como en el espacio, a aquellos alumnos más menesterosos y necesitados, que para sacarse algún dinerillo extra, menudeaban hierba y derivados de ésta en el vidriado atrio de la cafetería de la facultad de FFL, al que algunos llamaban por mal nombre el invernadero, y por peor, el coffee shop. Pasar por aquella acristalada antesala era siempre motivo de nebuloso regocijo, y alegres y risueños todos, nos dejábamos caer por la cafetería para un bocata o un cafelín, contentos de vivir, y de dejar vivir.



A aquellos estudiantillos pobres, de haber vivido en el Medioevo, se les habría conocido como sopistas o galloferos, uséase, aquellos que comían la sopa boba de la caridad pública de ciertos conventos, o la gallofa, una menestra hecha con Dios sabe qué bazofias, que ocasionalmente se distribuía a mendigos y miserables.



Eran tiempos duros aquellos, en los que había que compaginar la supervivencia con los estudios y con los naturales ardores y pasiones de la juventud. Tuvo así su nacimiento la figura del goliardo, encallecido estudiante gallofero y sopista, que era un poco como el alternativo (auéntico, ojo, que hasta en eso abundan las imitaciones) de hoy en día: radical, romántico, revolucionario, ratero, romano (estudiaban latín), religioso (a su modo), recio y rijoso...



Pues bien, el rey de las ranas, José IgNAZIo Wert, de nombre no sé si croado o croata,se ha empeñado en revivir épocas pretéritas y ha decidido que vuelva, cual rey Arturo en blanco corcel, ese pícaro mundo de galloferos goliardos. ¿Cómo?  Pues subiendo las tasas de matrícula hasta extremos vergonzosos. Con esta medida, muchos van a iniciar a pagar con sangre, sudor y lágrimas, todos y cada uno de sus créditos de estudio, convirtiéndose en prohibitivo el suspender, y obligando a tantos a comer bazofia como los pobres estudiantes medievales para poder pagarse la uni, o peor aún, a venderse directamente en la vía pública por un plato de lentejas frías Litioral, porque como dicen las leyes del mercado de trabajo inexistente, hay que saber venderse.



Antes de que estudiar sea solamente privilegio de unos pocos favorecidos por la fortuna, lapidemos a JodeigNAZIo Blurp con nuestras más duras palabras, fusilémosle con nuestros silbidos allá doquiera que vaya, agitémonos y tomemos las calles, porque son nuestras, y porque no queremos que situaciones que considerábamos que pertenecían al pasado vuelvan a repetirse.








miércoles, 12 de septiembre de 2012




Perdedores por el mundo


El otro día se inauguraba en la universidad el inicio del curso académico. No fue posible porque muchos universitarios montaron la de Dios es Cristo, porque seguramente no puedan volver a matricularse, dada la espectacular subida de tasas con la que el estado pretende arreglar la educación en España. Tenemos un excelentísimo ministro del ramo con nombre de regüeldo de cerveza y bratwurst, que se llama José IgNAZIo Wert, in nomen omen, que dirían los clásicos grecolatinos, a los que en Hispania ya nadie estudia... Heil Hitler, Herr Wert, ¿cómo coño se pronuncia tu nombre? ¿Bart? Ay, perdona, es que como en este país no estudiamos idiomas, porque no podemos permitirnos ir a la universidad porque no tenemos dinero porque no tenemos trabajo porque no tenemos estudios porque tenemos la tasa de fracaso escolar más alta de la Unión Europea. Qué importa, si aún teniendo formación universitaria no vamos a encontrar curro. La solución a todo, para el estado, pasa por SER EMPRENDEDORES, lo que en román paladino significa que tienes que ver Españoles por el Mundo todas las semanas, sobornar a tu vieja de que te pague un máster en Princeton y creerte el dogma de que todos los que vivimos en el extranjero tenemos un helicóptero personal a la entrada de casa. Así estarás ya en condiciones de montar tu propio chiringuito y engañar a otros incautos contándoles la misma parida de que eres un self made man. Es la estafa de la pirámide. Márchate fuera, joven pre-parado, es lo que parece que últimamente el gobierno deja entreoir, cual canto de náyade. Nada dice del hecho de que seamos la nación europea con peor nivel de inglés de todas. Y lo somos porque el estado apenas se preocupa en invertir en que lo aprendamos. O estudias privadamente, pagándotelo tu, o no aprendes. Ya pero es que yo lo que quiero es irme a Alemania a limpiar váteres, y para eso no necesito el inglés. Mira, piltrafilla, si te vas a Alemania a limpiar váteres, tendrás que competir con turcos y marroquíes que conocen la cultura, hablan no ya inglés, ni alemán, sino el dialecto del Lander, y encima tienen el título oficial de Limpiaváteres del Kronprintz, sin el cual allí no te dejan ni tirar de la cadena. Así son las cosas. Yo me pregunto si los ancestros de José IgNAZIo Wert vinieron aquí a limpiar váteres o a andar de puteo por Benidorm. Si la segunda opción es la verdadera, el sr. ministro es un grandísimo hijo del Tercer Reich. Al final las pateras que los subsaharianos dejaron varadas en Tarifa las tendremos que utilizar nosotros. Quién sabe cuando, quién sabe adónde.  




















martes, 11 de septiembre de 2012




Parafarmacias


El gobierno del PP finalmente se ha salido con la suya. Ha decidido que los inmigrantes "ilegales" carezcan de todo derecho sanitario. Que paguen aunque no tengan con qué. Típica estrategia de balones fuera. Esta crisis la provocaron los ricos y la pagamos los pobres. Se empieza por envilecer al inmigrante, obliterándolo de cualquier registro en el que pueda figurar, se prosigue con multas a las putas por serlo, confiscando las limosnas a los mendigos, poniendo candados en los contenedores de basura de los supermercados, y quien sabe, tal vez se termine todo a este paso en humareda, como en Auschwitz. Ya puestos, y para abrir boca, podríamos restaurar los trabajos forzados en las minas de azufre, o las galeras con remos, que son muy sanas y se hace ejercicio de rehabilitación.










Uno de mis capítulos favoritos de los Simpsons es aquel en el que Homer necesita una operación a corazón abierto, pero no tiene ni seguro ni pasta para ello, así que la famila acaba recurriendo a un médico que se anuncia en uno de esos canales tipo teletienda, un tal  Dr. Nick Riviera, con fuerte acento argentino en el doblaje, que se publicita destacando que su nombre se escribe con V de barato. Al final la historia, como no podía ser menos, acaba bien para el bueno de Homer, pese a la intervención del chapucero y lisérgico Dr. Riviera.




Vaya sátira del sistema americano  de sanidad, pensaba yo entre carcajada y carcajada. Hoy ya no me río, me escalofrío, porque lo que me parecía tan lejano y ridículo puede ya llegar a pasar aquí. Empezamos por recortar derechos a los inmigrantes, y poco a poco, pero de manera implacable irán a por el resto: personas en riesgo de exclusión social, que es el modo bonito de motejar en nuestros días a quien está en la miseria, parados, pensionistas, madres solteras, hasta que llegue el día en que si te tienes que operar de almorranas, tendrás que llamar a cinco o séis fornidos colegotes, al carnicero de tu barrio, y morder con fuerza el palo de una escoba, porque la cirugía será solo para unos pocos privilegiados. Los demás tendremos que ir a ver a nuestro barbero de cabecera o al chamán ese de la esquina que prepara unas pócimas que ni Harry Potter, oye. Y si sóis víctimas de un atentado, como ocurrió en USA hace poco, con la balacera esa del estreno de Batman, vuestros colegas tendrán que ponerse a recaudar fondos para pagar los gastos médicos que generéis. Ole con ole.




Quitar derechos a excluidos sociales no solamente no sirve para ahorrar, sino que margina todavía más a quien está, nunca voluntariamente, en esa situación. El lumbreras del partido en el poder debía de escuchar la cancioncilla esa de Glutamato Ye ye de todos los negritos oh oh oh tienen hambre y frío, y se la ha debido de creer al pie de la letra, pensando que llegan en patera comidos del noma, del ébola o de la elefancía a buscar caros tratamientos médicos en Europa. Nada más lejos de la realidad. Raro es el inmigrante "ilegal" que tiene ganas de "abusar" de nuestro sistema sanitario. Bastante tienen ya con buscar algo que se parezca a un curro. La imagen del negrito leproso queda muy bien en las huchas del DOMUND que pasean las señoras con rubio casco de laca, de derechas de toda la vida, por el barrio de Salamanca, pero no se ajusta a la realidad en lo que a inmigrantes se refiere. Además, con el paro y la crisis que hay, que se están largando a sus países todos los migrantes legales y no que han venido, qué coño se inventa ahora el rajá Rajoy de que nos quieren colapsar el sistema sanitario. Si quiere hacer caja, que se baje el sueldo.







domingo, 9 de septiembre de 2012




Dia de reyes







A Juancarca Primero no paran de lloverle las desgracias. El otro día en la JóDT le pillaron in fraganti arreándole un manotazo a su chófer personal. Vale que no fue una agresión seria, pero a saber qué habría hecho el Campechano de haber tenido cerca una escopeta (seguramente, vista su torpeza, matar a cualquiera que pasase por allí), y es que a su real persona no le daba la aún más realísima gana de andar unos metros para ser recibido en olor, que no honor, de multitudes, convaleciente como está de su operación triunfo de cadera. Ay, qué tendrá África que todos vuelven de allí hechos polvo. No soporto al rey, me cae gordo. Siempre me ha parecido una especie de muñegote insulso al que se sacaba para dar ambiente en procesiones, desfiles y fiestas de guardar en el armario, un personaje sin gracias al que había que reírle las inexistentes susodichas, generando incomodidad y mal rollo, como un orgasmo fingido, vamos.




El Juancar es un regalín que nos hizo Franco antes de morir y al que tenemos que aguantar mayormente todas las navidades pasadas, presentes y futuras, como a los fantasmas del  cuento de Dickens, o como a ese loro horroroso que se trajo de Borneo aquel tío al que nunca soportásteis y que encima os lo legó en testamento con la obligación de cuidarlo y mimarlo so pena de no ver un duro del resto de la herencia.




En cambio, me cae bien la reina. Me conmueve, lo reconozco, su perpetuo mohín de tristeza y hastío. Parece una mujer bastante sensible y sencilla, amante de los animales, que odia las  corridas de toros ( algo imperdonable en el apolillado mundo de rancios y abolengos en el que profesionalmente-noblesse oblige-se tiene que mover), que es capaz de leer a Tucídides y a Homero en su lengua original. Se nota en ella un gran talento desperdiciado, obligada como está a hacer de mueble heráldico, de mujer florero, de aparcamiento de algunas ya marchitas flores de lis, de sopor-te y de tenante de un gilipollas en las grandes ocasiones, del que debe de aguantar cuernos, y tal vez bastardos.




No soy antimonárquico, como podéis llegar a pensar. Me caen bien Príamo, Ulises, Arturo, Elvis y Midas, entre muchas otras coronadas testas. Para los que sepáis francés, hago compras en Leroy Merlin, y Sir Walter Scott y don Robert Louis Stevenson me convencieron con la sibilina prosa de su obra de que apoyase de todo corazón la causa jacobita allá en la brumosa Escocia, y con ella a la casa de los Estuardo, legítima pretendiente al trono del país del güisqui. Y no soy yo el único en esto de defender la monarquía como válido sistema de caudillaje: Valle Inclán, el anarquista fumeta, le dió en sus obras a los partidarios de don Carlos la posibilidad de expresarse  en modo y manera tales que no hubo otro literato que llegase a hacer tanto por dicha causa, por muy perdida que estuviese.




Regocijémonos de todos modos, de no vivir en el medioevo, época en la que a ése chófer, seguramente, le hubiesen defenestrado, que es el modo cultureta de decir que habría volado sin alas y en libre caída desde algún balcón de palacio. Pero hoy en día los reyes son más civilizados, simplemente ocurrirá, como es bastante probable, que os crucéis con él en la oficina del Inem la próxima vez que vayáis por allí a renovar, y, como decían en el Equipo A, tal vez puedan contratarle.  




Tal vez la solución a todas estas cansinas polémicas de reyes sí, reyes no, sea la de una monarquía electiva como la que tuvo Venecia: yo propongo que cada X años nos gobierne un monarca distinto: un Saboya, o un Bonaparte, para empezar con algunas de las casas pretendientes al trono de España. Luego podríamos ampliar el sistema a otras casas reales de ajenas naciones. Incluso podríamos intercambiarnos los monarcas con otros países que poseyesen aún este modo de gobierno. Sería como una especie de Erasmus de las Coronas, de juego de tronos. No veo la hora en la que, como si fuese el día de Reyes, llegase para gobernarnos, por ejemplo, el sultán de Bahrein, con su séquito de camellos y su cabalgata de dadivosos eunucos negros de verdad, y no pintados, distribuyendo a manos llenas presentes a la hispánica caterva.




Y es que la monarquía, aunque se vista de seda, monarquía y mona se queda.   



(Por Mr. JR, desde Bolonia).








Mercaladrones









Reza un viejo refrán castellano viejo que quién roba a un ladrón tiene cien años de perdón. Yo, como cristiano, no sé si más por viejo que por diablo que soy, le absuelvo, y de buen rollo, sus pecados, a aquel alcalde andaluz de palestina bufanda, quien, cansado y harto de paños calientes y de medidas bobaliconas contra la pobreza, decidió agarrar el carro por los cuernos y asaltó en masa un Mercadona, saliendo posteriormente con un montón de comida que fue pagada con la tarjeta de la ilustrísima biblioteca municipal de Tomelloso (es un decir). Pues bien, ante tal medida, los de siempre pusieron el grito en el cielo, le motejaron, a este alcalde, de subversivo, de bolchevique, de enemigo público número uno, a falta de otro Bin Laden, y hasta hubo quien pidió su cabeza en una bandeja de plata. Todo muy clásico, la misma murga de todos los días, para no decir que el paro, la falta de perspectivas, el fracaso de un sistema, son en realidad los verdaderos responsables de que actos como el suyo tengan lugar. Bueno, pues resulta que Mercadona, ese sacrosanto templo lleno de mercaderias y mercaderes, resulta digo, que robaba a su clientela con ocultación y alevosía, comercializando cremas de protección solar que eran ful. Uno piensa que le está dando al culito de su hijo un producto de confianza para que no le queme la solana y en realidad lo que está haciendo es echarle aceite como a un lechoncillo al fuego, toma castaña...El problema no es que esto haya ocurrido en Noruega, donde  el sol se toma embotellado, cosas del Tío Lorenzo, sino en Spain, donde tomar el sol sin una protección adecuada, con lo del ozono y todos esas historias, te puede salir pero que muy muy caro. Y ahora que la sanidad va a ser de pago, los gastos médicos que genere el cáncer de piel, ¿te los pagará Mercadona?




 La coropración del Mercadona ha estado robando y estafando a su clientela de modo solapado y vergonzante. Yo le perdono de sus culpas al alcalde andaluz, cuyo nombre no recuerdo, de todo corazón, porque sé que ha actuado de buena fe, a cara y pecho descubiertos, y con intención de ayudar. A  Mercadona no. No puedo, porque han actuado taimada y ruinmente, persiguiendo el máximo beneficio con el más bajo coste y sin importarles lo más mínimo la salud de las personas...y encima diciendo que no tienen culpa de nada. Muy capitalista todo, si señor... y muy victoriano. Cuando se hurtan cuatro quesos parece que se acaba el mundo, pero cuando nos pretenden meter como liebre a un tigre de bengala nadie protesta, que casualidad. Tal vez sea que cuando la culpa es múltiple y colectiva, y sobre todo, si lleva traje y corbata, como que parece que el delito no lo ha cometido nadie. En cambio, si el chorizo es uno e individuable, lleva barba y palestino, y ha robado unas bagatelas, su peligrosidad social se multiplica por mil... Vae victis!




(Por Mr. JR, desde Bolonia)









lunes, 3 de septiembre de 2012




Estramonium Escurialensis


Llama la atención con qué exuberancia crece esta planta de flor trompetera en las escombreras incluso llegando a ser bonita, hasta que algún tontorrón le da por chuparla en demasía y la autoridad incompetente procede a su exterminación (temporal claro) en dos kilómetros a la redonda. 





(Mr Nera del Maestrazgo)























El estramonio es una planta venenosa cosmopolita, de la familia de las solanáceas naturalizada en zonas templadas de todo el mundo. El género Datura contiene varias especies parecidas y polimorfas, todas ellas tóxicas de las cuales el estramonio es la más extendida. Crece en zonas cálidas eutrofizadas como orillas de ríos, establos, estercoleros, escombreras y vertederos de basuras. Es capaz de adaptarse a todo tipo de suelos, desarrollándose de manera más vigorosa en los suelos húmedos con nitratos abundantes. No es consumida por el ganado, quizá por su desagradable olor.





Entre las sustancias constituyentes características se encuentran alcaloides tropánicos, que en pequeñas cantidades son tóxicos o estupefacientes, como la atropina, la hiosciamina y la escopolamina, caracterizados por provocar reacciones anticolinérgicas en dosis pequeñas, y por causar el síndrome atropínico o incluso la muerte en cantidades mayores. Suele confundirse con el toloatzin o toloache mexicano (Datura innoxia), y con el floripondio o floripón (Brugmansia arborea).





Tiene flores blancas, a veces tirando a amarillentas o verdosas, en forma cónica o de trompeta, bastante grandes en relación a la planta. Florece en verano y comienzos de otoño. Las hojas son lobuladas y de color verde oscuro. Presenta una raíz principal blanquecina con numerosas raicillas. El tallo y las ramas son redondos, lisos y verdes, matizándose el verde a tonos más claros. Toda la planta es lampiña. La planta desprende un olor fuerte y es llamativa. Es fácilmente reconocible por sus flores y por su fruto: una cápsula espinosa de 3 a 4 cm de longitud, el cual al principio bilocular, pero cuando madura se forma un falso tabique, excepto en las inmediaciones del ápice, con lo que el fruto maduro consta, casi por completo, de cuatro cavidades.





Las semillas de estramonio son negruzcas, de contorno reniforme, de unos 3 mm de largo y finamente foveoladas (o sea cubiertas de huecos). Se reproducen fácilmente. No necesitan manejo especial. Para reproducirla hay que dejarlas remojando una noche en agua tibia, y a la mañana siguiente hay que sembrarlas.





(De la Wikioedia, of-cors: http://es.wikipedia.org/wiki/Estramonio)

sábado, 1 de septiembre de 2012




Bertrand Russell: sobre la paternidad




De todas las instituciones que hemos heredado del pasado, ninguna está en la actualidad tan desorganizada y mal encaminada como la familia. El amor de los padres a los hijos y de los hijos a los padres puede ser una de las principales fuentes de felicidad, pero lo cierto es que en estos tiempos las relaciones entre padres e hijos son, en el 90 por ciento de los casos, una fuente de infelicidad para ambas partes, y en el 99 por ciento de los casos son una fuente de infelicidad para al menos una de las dos partes. Este fracaso de la familia, que ya no proporciona la satisfacción fundamental que en principio podría proporcionar, es una de las causas más profundas del descontento predominante en nuestra época. El adulto que desea tener una relación feliz con sus hijos o proporcionarles una vida feliz debe reflexionar a fondo sobre la paternidad; y después de reflexionar, debe actuar con inteligencia. El tema de la familia es demasiado amplio para tratarlo en este libro, excepto en relación con nuestro problema particular, que es la conquista de la felicidad. E incluso en relación con este problema, solo podemos hablar de mejoras que estén al alcance de cada individuo, sin tener que alterar la estructura social. Por supuesto, esta es una grave limitación, porque las causas de infelicidad familiar en nuestros tiempos son de tipos muy diversos: psicológicas, económicas, sociales, de educación y políticas. En los sectores más acomodados de la sociedad, dos causas se han combinado para hacer que las mujeres consideren la maternidad como una carga mucho más pesada que lo que era en tiempos pasados. Estas dos causas son: por una parte, el acceso de las mujeres solteras al trabajo profesional; y por otra parte, la decadencia del servicio doméstico. En los viejos tiempos, las mujeres se veían empujadas al matrimonio para huir de las insoportables condiciones de vida de las solteronas. La solterona tenía que vivir en casa, dependiendo económicamente, primero del padre y después de algún hermano mal dispuesto. No tenía nada que hacer para ocupar sus días y carecía de libertad para pasarlo bien fuera de las paredes protectoras de la mansión familiar. No tenía oportunidad ni inclinación hacia las aventuras sexuales, que consideraba una abominación excepto en el seno del matrimonio. Si, a pesar de todas las salvaguardas, perdía su virtud a causa de los engaños de algún astuto seductor, su situación se hacía lamentable en extremo. 


[...]


La soltera moderna no considera necesario morir en estas circunstancias. Si ha tenido una buena educación, no le resulta difícil vivir con desahogo, y así no necesita la aprobación de los padres. Desde que los padres han perdido el poder económico sobre sus hijas, se abstienen mucho más de expresar su desaprobación moral de lo que estas hacen; no tiene mucho sentido regañar a una persona que no se va a quedar a que la regañen. De este modo, la joven soltera que tiene una profesión puede ya, si su inteligencia y su atractivo no están por debajo de la media, disfrutar de una vida agradable en todos los aspectos, con tal de que no ceda al deseo de tener hijos. Pero si se deja vencer por este deseo, se verá obligada a casarse y casi con seguridad perderá su empleo. Y entonces descenderá a un nivel de vida mucho más bajo que aquel al que estaba acostumbrada, porque lo más probable es que el marido no gane más de lo que ganaba ella antes, y con eso hay que mantener a toda una familia en lugar de a una mujer sola. Después de haber gozado de independencia, le resulta humillante tener que mirar hasta el último céntimo en los gastos necesarios. Por todas estas razones, a estas mujeres les cuesta decidirse a ser madres. La que, a pesar de todo, da el paso, tiene que afrontar un nuevo y abrumador problema que no tenían las mujeres de anteriores generaciones: la escasez y mala calidad del servicio doméstico. Como consecuencia, queda atada a su casa, obligada a realizar mil tareas triviales, indignas de sus aptitudes y su formación; y si no las hace ella misma, se amarga el carácter riñendo a criadas negligentes. En lo referente al cuidado físico de los hijos, si se ha tomado la molestia de informarse bien del asunto, decidirá que es imposible, sin grave riesgo de desastre, confiar los niños a una niñera o incluso dejar en manos de otros las más elementales precauciones en cuestión de limpieza e higiene, a menos que pueda permitirse pagar a una niñera que haya estudiado en alguna institución cara. Abrumada por una masa de detalles insignificantes, tendrá mucha suerte si no pierde pronto todo su encanto y tres cuartas partes de su inteligencia. Muy a menudo, por el mero hecho de estar realizando tareas necesarias, estas mujeres se convierten en un fastidio para sus maridos y una molestia para sus hijos. Cuando llega la noche y el marido vuelve del trabajo, la mujer que habla de sus problemas domésticos resulta aburrida, y la que no habla parece distraída. En relación con los hijos, los sacrificios que tuvo que hacer para tenerlos están tan presentes en su mente que es casi seguro que exija una recompensa mayor de la que sería lógico esperar; y el constante hábito de atender a detalles triviales la volverá quisquillosa y mezquina. Esta es la más perniciosa de todas las injusticias que tiene que sufrir: que precisamente por cumplir con su deber para con su familia pierde el cariño de esta, mientras que si no se hubiera preocupado por ellos y hubiera seguido siendo alegre y encantadora, probablemente la seguirían queriendo.3


Estos problemas son básicamente económicos, lo mismo que otro que es casi igual de grave. Me refiero a las dificultades para encontrar vivienda, a consecuencia de la concentración de población en las grandes ciudades. En la Edad Media, las ciudades eran tan rurales como lo es ahora el campo. 


[...]


Los pueblos no eran muy grandes, era fácil salir de ellos y no era nada raro que muchas casas tuvieran huertos. En la Inglaterra actual, la preponderancia de la población urbana sobre la rural es absoluta. En Estados Unidos esta preponderancia no es aún tan grande, pero va aumentando con rapidez. Ciudades como Londres y Nueva York son tan grandes que se tarda mucho tiempo en salir de ellas. Los que viven en la ciudad suelen tener que conformarse con un piso que, por supuesto, no tiene ni un centímetro cuadrado de tierra al lado, y la gente con pocos medios económicos tiene que conformarse con un espacio mínimo. Si hay niños, la vida en un piso es dura. No hay espacio para que los niños jueguen, ni hay espacio para que los padres escapen del ruido que hacen los niños. Como consecuencia, los profesionales tienden cada vez más a vivir en los suburbios. Indudablemente, esto es mejor desde el punto de vista de los niños, pero aumenta considerablemente la fatiga del padre y disminuye mucho su participación en la vida familiar.


Sin embargo, no es mi intención comentar estos graves problemas económicos, ya que son ajenos al problema que nos interesa: qué puede hacer el individuo aquí y ahora para encontrar la felicidad. Nos aproximaremos más a este problema si consideramos las dificultades psicológicas que existen actualmente en las relaciones entre padres e hijos. Dichas dificultades forman parte de los problemas planteados por la democracia. [...]





El cambio en las relaciones entre padres e hijos es un ejemplo particular de la expansión general de la democracia. Los padres ya no están seguros de sus derechos frente a sus hijos; los hijos ya no sienten que deban respeto a sus padres. La virtud de la obediencia, que antes se exigía sin discusión, está pasada de moda, y es justo que así sea. El psicoanálisis ha aterrorizado a los padres cultos, que temen hacer daño a sus hijos sin querer. Si los besan, pueden generar un complejo de Edipo; si no los besan, pueden provocar ataques de celos. Si ordenan a los hijos hacer ciertas cosas, pueden inculcarles un sentimiento de pecado; si no lo hacen, los niños pueden adquirir hábitos que los padres consideran indeseables. Cuando ven a su bebé chupándose el pulgar, sacan toda clase de aterradoras inferencias, pero no saben qué hacer para impedírselo. La paternidad, que antes era un triunfal ejercicio de poder, se ha vuelto timorata, ansiosa y llena de dudas de conciencia. Se han perdido los sencillos placeres del pasado, y eso ha ocurrido precisamente en un momento en que, debido a la nueva libertad de las mujeres solteras, la madre ha tenido que sacrificar mucho más que antes al decidirse a ser madre. En estas circunstancias, las madres conscientes exigen muy poco a sus hijos, y las madres inconscientes les exigen demasiado. Las madres conscientes reprimen su cariño natural y se vuelven tímidas; las inconscientes buscan en sus hijos una compensación por los placeres a los que han tenido que renunciar. En el primer caso, la parte afectiva del niño queda desatendida; en el segundo, recibe una estimulación excesiva. En ninguno de los dos casos queda nada de aquella felicidad simple y natural que la familia puede proporcionar cuando funciona bien. En vista de todos estos problemas, ¿es de extrañar que disminuya la tasa de natalidad? El descenso de la tasa de natalidad en la población en general ha alcanzado un punto que índica que la población empezará pronto a decrecer, pero entre las clases acomodadas este punto se superó hace mucho, no solo en un país, sino en prácticamente todos los países más civilizados. [...] No cabe duda de que la civilización creada por las razas blancas tiene esta curiosa característica: a medida que los hombres y las mujeres la adoptan, se vuelven estériles. Los más civilizados son los más estériles; los menos civilizados son los más fértiles; y entre los dos hay una gradación continua. En la actualidad, los sectores más inteligentes de las naciones occidentales se están extinguiendo. Dentro de pocos años, las naciones occidentales en conjunto verán disminuir sus poblaciones, a menos que las repongan con inmigrantes de zonas menos civilizadas. Y en cuanto los inmigrantes absorban la civilización de su país adoptivo, también ellos se volverán relativamente estériles. Está claro que una civilización con esta característica es inestable; si no se la puede inducir a reproducirse, tarde o temprano se extinguirá y dejará sitio a otra civilización en que el instinto de paternidad haya conservado la fuerza suficiente para impedir que la población disminuya.





En todos los países occidentales, los moralistas oficiales han procurado resolver este problema mediante exhortaciones y sentimentalismos. 


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Muy pocos hombres y mujeres tendrán hijos movidos por su sentido del deber social, aunque estuviera claro que existe dicho deber social, que no lo está. Cuando los hombres y las mujeres tienen hijos, lo hacen porque creen que los hijos contribuirán a su felicidad o porque no saben cómo evitarlo. Esta última razón todavía influye mucho, aunque su influencia va disminuyendo rápidamente. Y no hay nada que el Estado y las Iglesias puedan hacer para evitar que esta tendencia continúe. Por tanto, si se quiere que las razas blancas sobrevivan, es necesario que la paternidad vuelva a ser capaz de hacer felices a los padres.





Si consideramos la condición humana prescindiendo de las circunstancias actuales, creo que está claro que la paternidad es psicológicamente capaz de proporcionar la mayor y más duradera felicidad que se puede encontrar en la vida. Sin duda, esto se aplica más a las mujeres que a los hombres, pero también se aplica a los hombres mucho más de lo que tienden a creer casi todos los modernos. Es algo que se da por supuesto en casi toda la literatura anterior a nuestra época. Hécuba se preocupa más de sus hijos que de Príamo; MacDuff quiere más a sus hijos que a su esposa. En el Antiguo Testamento, hombres y mujeres desean fervientemente dejar descendencia; en China y Japón esta actitud ha persistido hasta nuestros días. Se dirá que este deseo se debe al culto a los antepasados, pero yo creo que ocurre precisamente lo contrario: que el culto a los antepasados es un reflejo del interés que se pone en la persistencia de la familia. Volviendo a las mujeres profesionales de las que hablábamos hace poco, está claro que el instinto de tener hijos debe de ser muy fuerte, pues de lo contrario ninguna de ellas haría los sacrificios que son necesarios para satisfacerlo. En mi caso personal, la paternidad me ha proporcionado una felicidad mayor que ninguna otra de las que he experimentado. Creo que cuando las circunstancias obligan a hombres o mujeres a renunciar a esta felicidad, les queda una necesidad muy profunda sin satisfacer, y esto provoca una sensación de descontento e indiferencia cuya causa puede permanecer totalmente desconocida. Para ser feliz en este mundo, sobre todo cuando la juventud ya ha pasado, es necesario sentir que uno no es solo un individuo aislado cuya vida terminará pronto, sino que forma parte del río de la vida, que fluye desde la primera célula hasta el remoto y desconocido futuro. Como sentimiento consciente, expresado en términos rigurosos, está claro que esto conlleva una visión del mundo intelectual e hipercivilizada; pero como vaga emoción instintiva es algo primitivo y natural, y lo hipercivilizado es no sentirla. Un hombre capaz de grandes logros, tan notables que dejen huella en épocas futuras, puede satisfacer esta tendencia por medio de su trabajo, pero para los hombres y mujeres que carezcan de dotes excepcionales, el único modo de lograrlo es tener hijos. Los que han dejado que se atrofien sus impulsos procreativos se han separado del río de la vida, y al hacerlo corren grave peligro de desecarse. Para ellos, a menos que sean excepcionalmente impersonales, con la muerte se acaba todo. El mundo que habrá después de ellos no les interesa y por eso les parece que todo lo que hagan es trivial y sin importancia. Para el hombre o la mujer que tiene hijos y nietos y los quiere con cariño natural, el futuro es importante, por lo menos hasta donde duren sus vidas, no solo por motivos morales o por un esfuerzo de la imaginación, sino de un modo natural e instintivo. Y el hombre que ha podido extender tanto sus intereses, más allá de su vida personal, casi seguro que puede extenderlos aún más. Como a Abraham, le producirá satisfacción pensar que sus descendientes heredarán la tierra prometida, aunque esto tarde muchas generaciones en ocurrir. Y gracias a estos sentimientos, se salva de la sensación de futilidad que de otro modo apagaría todas sus emociones.


La base de la familia es, por supuesto, el hecho de que los padres sienten un tipo especial de cariño por sus hijos, diferente del que sienten entre ellos y del que sienten por otros niños. Es cierto que algunos padres tienen muy poco o ningún amor paterno, y también es cierto que algunas mujeres son capaces de querer a los niños ajenos casi tanto como quieren a los suyos propios. No obstante, sigue en pie el hecho general de que el amor de los padres es un tipo especial de sentimiento que el ser humano normal experimenta hacia sus propios hijos, pero no hacia ningún otro ser humano. Esta emoción la hemos heredado de nuestros antepasados animales. En este aspecto, me parece que la visión de Freud no era suficientemente biológica, pues cualquiera que observe a una madre animal con sus crías puede advertir que su comportamiento para con ellas sigue una pauta totalmente diferente de la de su comportamiento para con el macho con el que tiene relaciones sexuales. Y esta misma pauta diferente e instintiva, aunque en una forma modificada y menos definida, se da también en los seres humanos. Si no fuera por esta emoción especial, no habría mucho que decir sobre la familia como institución, ya que se podría dejar a los niños al cuidado de profesionales. Pero, tal como son las cosas, el amor especial que los padres sienten por sus hijos, siempre que sus instintos no estén atrofiados, tiene un gran valor para los padres mismos y para los hijos. Para los hijos, el valor del amor de los padres consiste principalmente en que es más seguro que cualquier otro afecto. Uno gusta a sus amigos por sus méritos, y a sus amantes por sus encantos; si los méritos o los encantos disminuyen, los amigos y los amantes pueden desaparecer. Pero es precisamente en los momentos de desgracia cuando más se puede confiar en los padres: en tiempos de enfermedad e incluso de vergüenza, si los padres son como deben ser. Todos sentimos placer cuando somos admirados por nuestros méritos, pero en el fondo solemos ser bastante humildes para darnos cuenta de que esa admiración es precaria. Nuestros padres nos quieren porque somos sus hijos, y esto es un hecho inalterable, de modo que nos sentimos más seguros con ellos que con cualquier otro. En tiempos de éxito, esto puede no parecer importante, pero en tiempos de fracaso proporciona un consuelo y una seguridad que no se encuentran en ninguna otra parte.





En todas las relaciones humanas es bastante fácil garantizar la felicidad de una parte, pero es mucho más difícil garantizar la felicidad de las dos. El carcelero puede disfrutar manteniendo encerrado al preso; el jefe puede gozar intimidando al empleado; el dictador puede disfrutar gobernando a sus súbditos con mano dura; y, sin duda, el padre a la antigua usanza disfrutaba instilando virtud a sus hijos con ayuda de un palo. Sin embargo, estos placeres son unilaterales; para la otra parte del negocio la situación es menos agradable. Hemos acabado por convencernos de que estos placeres unilaterales tienen algo que no resulta satisfactorio: creemos que una buena relación humana debería ser satisfactoria para las dos partes. Esto se aplica sobre todo a las relaciones entre padres e hijos, y el resultado es que los padres obtienen mucho menos placer que antes, mientras que los hijos sufren menos a manos de sus padres que en generaciones pasadas. Yo no creo que exista alguna razón real para que los padres obtengan menos felicidad de sus hijos que en otras épocas, aunque está claro que es lo que ocurre en la actualidad. Tampoco creo que exista ninguna razón para que los padres no puedan aumentar la felicidad de sus hijos. Pero esto exige, como todas las relaciones de igualdad a las que aspira el mundo moderno, cierta delicadeza y ternura, cierto respeto por la otra personalidad, y la belicosidad de la vida normal no favorece esto, ni mucho menos. [...]





La raíz primitiva del placer de la paternidad es dual. Por un lado está la sensación de que una parte del propio cuerpo se ha exteriorizado, prolongando su vida más allá de la muerte del resto de nuestro cuerpo, y con posibilidades de exteriorizar a su vez parte de sí misma del mismo modo, y de esta manera asegurar la inmortalidad del plasma germinal. Por otro lado hay una mezcla perfecta de poder y ternura. La nueva criatura está indefensa y sentimos el impulso de atender sus necesidades, un impulso que no solo satisface el amor de los padres por el niño, sino también el deseo de poder de los padres. Mientras el niño no pueda valerse por sí mismo, las atenciones que se le dedican no son altruistas, ya que equivale a proteger una parte vulnerable de uno mismo. [...]








Zanjas profundas en tu mente
Zanjas profundas en tu mundo
Zanjas que nos separan
Zanjas que nos escinden
Zanjas en las que caemos
a veces sin poder salir
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